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Actualizado: 8 de mayo de 2025


El tren corría a toda velocidad por el medio rompiendo con sus silbos estridentes, con el fragor de su marcha, el encanto de aquella claridad suave y tranquila. Los altos chopos parecían flotar sobre ella como fantasmas envueltos en el blanco cendal de la neblina. Los cristales del coche se empañaron al fin. Obdulia se apartó de su confesor y fue a arrebujarse en un rincón, tiritando de frío.

Se había parado en el penúltimo escalón, y mirando los billetes envueltos en el periódico, que guardaba en la mano, repuso maquinalmente: La base aquí está, sin embargo, esto ya es algo, esto es mucho... falta el resto, ¿a quién acudir? ¡Dios mío! no se me ocurre nada... De pronto, al poner el pie en el último escalón, la idea vino, clara y precisa... ¡Qué disparate! exclamó.

¿Esos versos, en que vibra un alma apasionada, esos versos tan de mujer, envueltos en la adoración, en el misticismo misterioso de Santa Teresa?... ¡He ahí los hombres! ¿Cuál de ustedes sería capaz de escribirlos?... Pues Edda está actualmente en Nueva York, y si usted quiere conocerla... ¿Que si quiero conocerla? dijo nuestra compatriota con su ímpetu característico.

Cambiaban las formas, pero el alma permanecía inmóvil e inmutable, como la de aquellos seres rudimentarios, testigos eternos de los primeros latidos de la vida en el planeta, y que parecían envueltos en el más espeso de los sueños. Y así sería siempre.

Y hubo parecer entre ellos de que a todos nos arrojasen a la mar envueltos en una vela, porque tenían intención de tratar en algunos puertos de España con nombre de que eran bretones, y si nos llevaban vivos, serían castigados, siendo descubierto su hurto.

Si hay, pues, estos principios ciertos, seguros, é indubitables, ¿á qué propósito inventar otros para fomento de opiniones? ¿Será creible que Dios nos haya dado luces para hacer demostraciones físicas, matemáticas, y de otras cosas puramente mundanas, y nos haya dexado envueltos entre dudas y discordias sobre nuestra salud eterna?

Los primeros viajeros celestes, desembarcando de la nube que los había traído, empezaron á remontar el sendero de la granja. Estaban envueltos en tal esplendor, que parecía que todas las estrellas del firmamento hubiesen bajado á la tierra para juguetear entre los bancales de trigo cultivados por Adán.

No quiero referir lo que trataron Los tristes dos amantes, y su llanto, Las voces y suspiros que formaron, Porque era necesario entero canto. Al fin su triste noche la pasaron, Envueltos en dolor y crudo planto, Quien duda que la dama no diría, ¡En mal punto topé tal compañia!

La tía Jeroma, madre de nuestro diputado Bartolo; la tía Brígida, su prima hermana y madre del prudente Quino; Elisa, joven de veinticinco años, recién casada, con temperamento y aficiones de vieja, y que por tenerlas todas hasta fumaba como ellas cigarrillos envueltos en hojas de maíz; por último, la vieja Rosenda, una mujer que vivía sola en un hórreo y que algunos tenían por bruja.

Así en otros tiempos en circo estendido El fuerte guerrero yacia caido Y el carro que hollaba seguir triunfadorEl centinela atento le escuchaba Y el corazon guerrero arder sintió, Y aquel fusil que al frente presentaba Rendido hasta sus plantas abatió. «Envueltos sus restos por patria bandera Encuentren al menos en tierra estrangera La tumba que al mártir su patria negó.

Palabra del Dia

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