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Actualizado: 28 de junio de 2025
Cuando Juan, sable en mano, pasó ante el coronel, las dos imágenes de las dos hermanas, se reunían, se confundían tan bien en sus recuerdos, que entraban y desaparecían, por decirlo así, una en la otra, formando una sola y misma persona. Todo paralelo se hacía imposible, gracias a esta singular confusión de los dos términos de comparación.
Entraban nuevas señoras, llenábase la capilla de bote en bote y apiñábanse las rezagadas contra las que habían llegado antes, sin que ninguna quisiera ocupar el sitio vacío al lado de Currita.
Esa tarde quiso a toda costa que antes del paseo visitaran el Museo de Bellas Artes. Ella había accedido, pero con la condición de buscar a Charito, para pasarlo menos aburrido. Cuando media hora después entraban en la sala de calcos, Adriana creyó soñar: de pie, con la atención reconcentrada en una escultura griega, estaba Julio.
Luego, en la ruleta, los he visto manejar á fajos los billetes de mil francos. Los jugadores que entraban eran interpelados desde las mesas. ¿Aún sigue ganando?... Se referían á la de Delille. Las noticias no eran acordes. Unos parecían indignados: «Sí; continuaba ganando con una suerte insolente.» Se había desvanecido el entusiasmo del primer momento.
Algunas entraban con el besugo cogido por las agallas; otras no habían podido traer más que cascajo. Vio a muchas subir con el jarro de leche de almendras, que les dieran en el café de los Naranjeros, y de casi todas las cocinas salía tufo de fritangas y el campaneo de los almireces.
Unos periódicos, al hablar del suceso, afirmaban que las víctimas eran dañadores peligrosos que habían hecho frente a los guardas; los diarios de oposición decían que eran pobres hambrientos que entraban en la posesión real sin otro propósito que el de coger cardillos.
Del amante apasionado que se arrodillaba ante ella con la embriaguez de la carne, llamándola Venus, quedaba muy poco... ¡Pobre Venus! La diosa deformábase con la maternidad. Una hinchazón monstruosa rompía las líneas armónicas y dilataba las curvas admirables. Aquellas botas color limón que eran el orgullo de Feli ya no entraban en sus pies.
Sé mostrarme severo cuando es menester, señores... Cuando volví a casa, el reloj marcaba las cinco... Ya no podía más de cansancio; las piernas se me entraban en el cuerpo. Todo estaba en silencio. Antes de partir, había mandado a mi gente que se acostara. Al atravesar el vestíbulo, donde ardían las luces todavía, vi una puerta rodeada de guirnaldas.
Paseaban por las cubiertas con la misma satisfacción del que paladea el regalo de la casa propia después de un viaje penoso. Entraban en el buque con una emoción de gratitud, lo mismo que si volviesen al pueblo natal.
4 Y eso a pesar de los falsos hermanos, que se entraban secretamente para espiar nuestra libertad que tenemos en el Cristo Jesús, para ponernos en servidumbre; 5 a los cuales ni aun por una hora accedimos a someternos, para que la verdad del Evangelio permaneciese con vosotros.
Palabra del Dia
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