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Actualizado: 3 de mayo de 2025
La nobleza vetustense opinó que muerto el perro no se acabase la rabia; que la muerte providencial de la modista no era motivo suficiente para hacer las paces con el infame don Carlos ni para enterarse de la suerte de su hija. Tiempo había para proteger a la niña, sin menoscabo de la dignidad, si, como era de presumir, la conducta loca de su padre le arrastraba a la pobreza.
Después se vio rodeada por aquellas amigas de última hora, Marcela Peñarrubia, Enriqueta Atienza, Rosita León y sus respectivos amantes que la asistían y la mimaban con asiduidad conmovedora. Pero en cuanto pudo salir a la calle fue a casa de Visita resuelta a enterarse adónde había ido su marido y correr a pedirle perdón. En ver a Clara y Tristán no soñaba siquiera.
Mas de pronto, se le ocurrió que el escribirle tenía sus inconvenientes, y que en realidad era preferible una explicación verbal de la cual nadie que la conociera podía enterarse en aquellos momentos. Detúvose un momento indecisa, y bruscamente dió la vuelta y se metió de nuevo en el portal. Cruzó sin decir nada por delante de la portera y subió con pie ligero las escaleras.
La Reina Doña Leonor, muy bizarra y lujosamente vestida y tocada, cabalgaba a la derecha del Rey. Les seguían y lo circundaban las principales damas de la corte y muchos egregios personajes del reino, ilustres por su nacimiento o por armas y letras. El hermano Tiburcio, convertido en escudero o doncel, era un prodigio para enterarse de todo a escape.
Bajó Fernando con las mismas precauciones de la noche anterior, pero esta vez no pudo notar detrás de sus pasos el atisbo del espionaje. Y cuando llevaba mucho tiempo en el camarote de Nélida sobrevino la más penosa de sus aventuras de a bordo: una escena ridícula, de la que se acordaba luego con cierto malestar, temiendo que el burlón Maltrana llegase a enterarse de ella alguna vez.
Quien hubiera podido retratarles de cuerpo entero era Severiana, la criada, infeliz mujer obligada a servirles y aguantarles por la más triste de las causas. ¡Y pobre de ella como Damián y Casilda llegaran a enterarse! De fijo la despedirían sin compasión ni remordimiento. ¡Buenos eran, tratándose de ciertos pecados!
Creí que podría salir a las diez, pero hasta las doce no nos separamos. ¿No conoces el carácter disputón y minucioso de D. Juan? A casa de las de Meré hace un siglo que no voy. Tanto, que algunos empiezan a... Otra vez se perdieron las palabras. ¿Aquel D. Juan sería su padre? Procuraría enterarse.
Nadie sospecharía al oírle enterarse tan minuciosamente del escalafón, de las reservas y reemplazos, etc., que aquel hombre les tenía jurado odio eterno. Pero el Jubilado llegó con el tiempo a una distinción que nunca se había atrevido a proponer.
Por esto, al enterarse el día anterior de que habían visto paseando á Miguel que ella se imaginaba enfermo , se atrevía á citarlo allí, para verse unos momentos nada más.
Se detuvo el patrón, algo cohibido, como si dudase en seguir su relato. ¿Y qué dijo el alemán? preguntó Ferragut para incitarle á continuar. Al enterarse de que yo era valenciano, me dijo si lo conocía á usted. Me preguntó por su vapor, queriendo saber si navegaba frente á la costa española. Yo le contesté que la conocía de nombre nada más, y él, entonces...
Palabra del Dia
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