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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Allí pasaba cierto día Beatriz sus ensueños, y era una ardiente mañana de julio, a fines, cuando vio aparecer en el recodo del vecino sendero a la vizcondesa de Aymaret, que le dijo en festivo tono: ¡Estaba segura de encontrarte en la alameda de los suspiros!
Cuando su imaginación tomaba vuelos de águila, se veía aclamado por las naciones, reconocido por todas como el genio más grande del siglo, presidiendo, en nombre de la ciencia, los Estados Unidos de Europa, que vivían felices gracias a Maltrana, al gran Maltrana I, moderno Napoleón de las grandes conquistas del progreso. Otras veces, sus ensueños aleteaban más bajos.
Sí, la religión verdadera se parecía en definitiva a sus ensueños de adolescente, a sus visiones del monte de Loreto más que a la sosa y estúpida disciplina que la habían enseñado como piedad seria y verdadera. ¡Y cuántas más lecciones le había prometido el Magistral para otro día! ¡Cuántas cosas nuevas iba a saber y a sentir! ¡Y qué dicha tener un alma hermana, hermana mayor, a quien poder hablar de tales asuntos, los más interesantes, los más altos sin duda!
Sin embargo, al cabo se durmió con la sonrisa en los labios. Un ángel progresista que el Eterno tiene aparejado para estos casos, batió las alas toda la noche sobre su frente, inspirándole ensueños felices. A la mañana siguiente se encontró en la mejor disposición de espíritu en que hombre alguno puede hallarse después de coronados sus esfuerzos por un éxito lisonjero.
Empecé a sospechar que me iba enamorando y esto me traía inquieto. No podía pensar en aquella niña sin sentir profunda melancolía como si personificase mi juventud, mis ensueños de oro, todas mis ilusiones, que para siempre estaban separados de mí por barrera infranqueable.
«No era él un don Custodio, ignorante de lo que es el mundo, lleno de ensueños, ambicioso de cierto oropel eclesiástico, que tal vez se gana en el confesonario, para que le halagasen todavía revelaciones imprudentes, que sólo servían para inundarle el alma de hastío.
Alguien temblaba misterioso, invisible y al mismo tiempo sonriente, en esta atmósfera fantástica: una fuerza sobrenatural que parecía embellecerlo todo con su contacto. La salud que llegaba. La sábana de agua que se encorvaba al desprenderse de las altas rocas despertó en su memoria ensueños anteriores.
Tenía yo un placer infantil en hacer sonar estos timbres mágicos y dejando que mis ensueños volasen en alas de esas ondas sonoras hasta el fondo de esas Asias orientales donde el sol que nace parece haberlo dorado todo, desde las hojas de sus enormes sables hasta los cantos de sus diminutos libros.
Mas, la risa desaparecía de los labios al pensar en lo efímera de la existencia del ser amado, y en su impotencia á presencia de la infatigable eternidad que nos arrebata. Tal fué una de mis primeras miradas hacia el mar. Tales mis ensueños empañados por el exacto augurio que me inspiraba ese combate entre el mar que veo cuando quiero, y el niño que para siempre ha desaparecido de mi vista.
Evitaba el mirarlo, para no sufrir una timidez que cortaba sus palabras. Hablaba como si estuviese sola, exteriorizando su pensamiento en un monólogo. ¡Dulce noche! ¡Vida fantástica de ensueños maravillosos desarrollados en la sombra!... Ella se había visto conviviendo con él en uno de aquellos países de América hacia los cuales marchaba el buque.
Palabra del Dia
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