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Actualizado: 19 de junio de 2025
Yo soy el amante de una loca lasciva... de una enferma que tiene derecho a mis caricias; pero un derecho que no es como el tuyo; como el tuyo, que no reconocen los hombres, pero que a mí me parece el más fuerte, aunque sutil, invisible. Tu derecho... y el mío. El de mi alma cansada.
Nada. Estamos todos bien. ¿Ha habido muertos en el pueblo? Si; don Fulano, don Zutano. La señora de Tal ha estado enferma. Recalde escuchó las noticias, y después preguntó: ¿A qué hora se cena aquí? A las ocho. Pues hay que cenar a las siete. La Cashilda no replicó. Recalde creía que el verdadero orden en una casa consistía en ponerla a la altura de un barco.
¡Hay en el mundo otra mujer que os ama, que puede y debe confesar el amor que os tiene ante Dios y los hombres! ¡una mujer que por vos sufre, que por vos está enferma, que por vos muere! ¡una mujer que por vos se ha arrojado á las plantas del rey, y que no ha podido conseguir nada, ni aun saber el lugar donde estáis preso! ¡Vuestra esposa! ¡Doña Clara Soldevilla, que es vuestra vida!
Pocos días, pero después volvió muchas veces, estando nosotros en Niza y aquí. Parecía otro. Parecía temerla. ¿Cómo se explica usted tal cambio? No sabría decirlo. Sin duda, al verla tan triste y enferma, reconocía haber procedido mal. Fíjese usted bien en la pregunta que voy a hacerla: ¿qué era para su patrona el señor Vérod?... Dígame usted lo que sepa.
Creo, palabra de honor, que no pienso ya más que en el señor Baltet... Llevo la necedad hasta poner su carta debajo de mi almohada... Es un colmo y un colmo estúpido, como diría Francisca. ¿Qué necesidad tengo de la carta del señor Baltet para dormir?... ¿Estaré enferma?
Lo que Vérod había dicho se confirmaba: la idea de hacer bien al alma enferma de Zakunine aparecía dominante en el pensamiento de la Condesa: con su suavidad y dulzura, por ley de atracción entre contrarios, debía sujetar la fuerza impetuosa, la fogosidad indomable del rebelde, como se recogen las riquezas brutas de las cuales se puede extraer un valor puro.
Envíeme usted a su casa, señora. No hay curación imposible para la homeopatía. Es usted muy bueno, doctor. Pero su médico, un simple alópata, asegura que ya no le queda más que un pulmón, y aun estropeado. Se le puede curar. El pulmón, tal vez. ¿Pero y la enferma? Puede vivir con un solo pulmón. Se ha visto muchas veces.
Se necesita mucho corazón para cargar con una mujer sin otra renta que la aguja y que lleva tras sí el bagaje de una amiga vieja y enferma. Juanito estuvo a punto de gritar que ese valiente era él; pero, por su desgracia, se detuvo.
Stein se veía, pues, enteramente libre y árbitro de su suerte. Habíase dedicado a la educación de la niña enferma, que le debía la vida, y aunque cultivaba un suelo ingrato y estéril, había conseguido a fuerza de paciencia hacer germinar en él los rudimentos de la primera enseñanza.
Era su camarera, anunciándole que la señora de Lerne deseaba hablar un momento con la señora baronesa. ¡La señora de Lerne! Sí, señora... ¿Diré que la señora está un poco enferma? La señora no tiene buen aspecto. Hazla entrar. La señora condesa de Lerne apareció, lívida, la mirada extraviada, todas las líneas de su cara hundidas, y convulsas.
Palabra del Dia
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