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Actualizado: 6 de mayo de 2025


Lino enfermó de rabia, y en cuanto se le presentó ocasión, que fue al cabo de dos meses, viniendo de una romería, le pegó una puñalada a su primo... ¡Pero, anda, que buenos cuartos le costó la tal puñaladita! No lo hizo con diez mil reales.

Al decir esto el cura, un pastor atravesó el patio y vino a decir al cura y al alcalde que Pablo estaba descansando en la puerta del patio, porque habiendo estado muy enfermo y habiendo hecho el camino muy poco a poco, se había cansado mucho.

Pero en seguida me miró, inquieta. ¿Está enfermo? ¡Pst!... no precisamente... No estoy bien. ¡Ah! murmuró de nuevo. Y miró hacia afuera a través de los vidrios, abriendo bien los ojos, como cuando uno pierde el pensamiento. Por lo demás, llovía en la calle, y la antesala no estaba clara. Se volvió a . ¿Por qué se va? me preguntó.

El P. Florentino sintió que el enfermo le cogía la mano y se la estrechaba; calló entonces esperando que hablase, pero solo sintió dos apretones más oyó un suspiro y largo silencio reinó en la estancia.

Desde entonces, mi amo, que no había ascendido conforme a su trabajosa y dilatada carrera, se retiró del servicio. De resultas de las heridas recibidas en aquella triste jornada, cayó enfermo del cuerpo, y más gravemente del alma, a consecuencia del pesar de la derrota.

El anciano, contra lo que todos creían, parecía estar en vías de salvarse, cuando una noche Silas, sentado a la cabecera del enfermo, notó que la respiración de éste, que era generalmente perceptible, había cesado. La vela estaba casi consumida; tuvo que incorporarse para ver claramente el rostro del diácono.

Tan enfermo, que esta mañana, después de haber hecho testamento, me llamó y me dijo: Juan, es necesario que te vayas á Madrid en busca de tu tío Francisco, yo me muero; es necesario que antes de que yo muera reciba mi hermano esta carta, que he escrito con mucho trabajo esta noche. Y sacó de debajo de la almohada esta carta cerrada y sellada que me entregó.

La primera vez que entró a verle fué una tarde en que el enfermo se estuvo desgañitando en un clamor de angustia: «¡Agua..., agua!», como si tuviera las entrañas adurentes y en el pecho lamentable un volcán enceso. Todo callaba en torno a la voz implorante, que llegó a hacerse desmayada y balbuciente como la de un niño.

He ido a pedir a Su Majestad la orden de Calatrava, que me ha rehusado, y es la sola que me falta... Esto es una injusticia. El oficial de guardias me dijo que el Rey no recibía a nadie, pues Su Majestad está enfermo. Y grandes y pequeños quedamos asombrados.

El cuarto correspondía a la cama y el enfermo no desmerecía de tan atroz conjunto. Tendido a lo largo, D. Carlos se apoyaba en el codo izquierdo. Delante tenía una silla, sobre la cual había un papel, y en aquel papel fijaba los ojos y la mano vacilante, trazando, al parecer líneas o puntos.

Palabra del Dia

bagani

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