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Actualizado: 5 de mayo de 2025


Había allí, en medio de una encrucijada en forma de estrella, un pabellón rústico, adornado su exterior por multitud de plantas trepadoras. El interior estaba decorado con sencillez y eran sus muebles de una elegante rusticidad. Por los ventanales del pabellón cuya luz tamizaban las plantas que a medias los cubrían, distinguíanse hasta perderse de vista las verdeantes avenidas del parque.

Los derviches, con aspecto de demencia, canturreaban inmóviles en una encrucijada, envueltos en nubes de moscas, esperando el auxilio de los buenos creyentes. Gran parte de la población estaba compuesta de israelitas descendientes de los judíos expulsados de España y Portugal.

Ahora bien, cuando en la vida se cae en la desgracia de extraviarse en una encrucijada, lo razonable es procurar salir de ella por un lado o por otro; y en este caso saldrás de tu atolladero, si no libre de averías, a lo menos sin dejarte en él nada esencial, ni el honor ni la vida.

En la Edad Media, por ejemplo, ya en una encrucijada, ya en abierto palenque, topaba un caballero andante con otro, y para probar la bizarría respectiva o para hacer confesar al contrario, que su dama era la más hermosa, o por quítame allá esas pajas, se arremetían ambos con furia y se daban de lanzadas.

Si a la vacilante claridad de las estrellas se aventura a salir de su guarida sus miradas inquietas se hunden en la obscuridad de los árboles sombríos para cerciorarse de que no se divisa en ninguna parte el bultito blanquecino del niño, y cuando llega al lugar donde hacen encrucijada dos caminos, le arredra ver venir por el que él deja al niño animando su caballo.

A uno y otro lado los rayos rastreros del sol hacían brillar los tomillares cubiertos de rocío. Volvió el rostro. La ciudad le llamaba con una voz de tedio, de perfidia, y la fiera muralla, toda roja en el amanecer, hízole pensar en el encarnado capucho del verdugo. Volver era morir, morir cubierto de pecados, perder el alma para la eternidad. Al llegar a la primera encrucijada se detuvo.

La afluencia de gente era todavía grande en aquella encrucijada, tan concurrida siempre, y Currita bajó la cuesta para ganar, al abrigo del jardinillo, la Costanilla de los Ángeles.

La multitud abrió paso, y veloces, con ciego impulso, como espoleadas por el terror, pasaron una docena de muchachas despeinadas, greñudas, en chancleta, con la sucia faldilla casi suelta y llevando en sus manos, extendidas instintivamente para abatir obstáculos, un par de medias de algodón, tres limones, unos manojos de perejil, peines de cuerno, los artículos, en fin, que pueden comprarse con pocos céntimos en cualquier encrucijada.

No hay espectáculos como los de la naturaleza para que el hombre sienta: al revolver de cada encrucijada, al trasponer de cada monte esperimentan una revolucion el alma y los sentidos.

Entre una encrucijada de nichos y sepulcros, me topé de manos a boca con mi ex-patrón, don Eleazar de la Cueva, que también había ido al entierro de mi tía. ¡Señor don Eleazar! ¿Usted por aquí?

Palabra del Dia

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