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Esa imagen fue para al principio, meramente un Cuadro colgado en el fondo de mi alma, que yo a cada momento miraba para alabar, con creciente sorpresa, los encantos diversos de Línea y de Color. Era solamente una tela rara, puesta en un sagrario, inmóvil y muda en su brillo, sin otro influjo sobre que el de una forma muy bella que cautiva un gusto muy educado.

Zumbaba la selva de los encantos, moviendo sus verdes y rumorosas cabelleras ante el rudo Sigfrido, inocente hijo de la Naturaleza, ansioso de conocer el lenguaje y el alma de las cosas inanimadas. Cantaba el pájaro maestro, haciendo resaltar su dulce voz entrecortada sobre los murmullos del follaje. Mary se estremeció. ¡Ah, poeta!... ¡poeta! Y siguió tocando.

Velázquez experimentaba esa adoración a la forma, por misma, que es el rasgo propio de los grandes artistas: tal vez veía en la belleza la principal manifestación de la suprema bondad, y no gustaba de mermarle sus encantos.

Y Álvaro me contestó muy triste, ya sabes qué cara pone cuando habla así, me contestó: «Pche... para amoríos basta el verano. El invierno es para el amor verdadero. Además, la ministra, como la llamas, a pesar de todos sus encantos no consiguió lo que yo quería... hacerme olvidar... lo que no te importa. Y después de suspirar como sabes que él suspira, añadió Álvaro: ¿Dejar a Vetusta?

Con esto se le agrió el humor, y comenzó a desear con mucha fuerza salir de aquella vida troglodítica, hacerse valer más, y poner al alcance de la demanda la honesta oferta de los encantos, cada vez más exuberantes, de su hija Marta, por la cual iban también pasando los años, pero inútilmente, allá en los montes.

Sancho dijo, viendo lo que pasaba: ¡Vive el Señor, que es verdad cuanto mi amo dice de los encantos deste castillo, pues no es posible vivir una hora con quietud en él!

Era de ver también la flema con que Montifiori presenciaba el enlace de su hija; y por último pasmaba la apatía con que Blanca se entregaba a un marido que carecía, como era natural, de todos los encantos que un hombre puede ofrecer a una mujer joven y bella.

Su deformidad incipiente no era tal que le privara de los encantos de la niñez, antes bien daba risa verle erguir su cabezota con cierto aire de valentía, como un hijo de Atlante predestinado a superar a su padre en la facultad de cargar grandes pesos. «Deje usted al niño... Riquín, hijito; vas a irte un rato con Ramona... ¡Ramona!». Pero no le valieron sus artimañas.

Desde entonces vivió una vida ficticia, pero llena de encantos, incomprensible para la mayoría de los humanos, sobre todo para los humanos de Vegalora.

Y cuando los brazos se debilitan o el cuerpo juvenil pierde sus encantos, se arrojan a un lado y se reemplazan. El mercado es abundante.... Te amo por tu desgracia. Tal vez de verte joven y hermosa, como en otros tiempos te contemplé, no hubiera sentido la más leve atracción. La hermosura es una barrera para el sentimiento.