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Estando un caballerito En la isla de León, se enamoró de una dama y ella le correspondió. Que con el aretín, que con el aretón. Señor, quédese una noche, quédese una noche o dos, que mi marido está fuera por esos montes de Dios. Que con el aretín, que con el aretón. Estándola enamorando, el marido que llegó: Ábreme la puerta, cielo, ábreme la puerta, sol. Que con el aretín, que con el aretón.

Si continuáis así, señora, os vais á poner flaca y fea. ¿Os he hecho yo algún daño, Manuel? dijo la joven, á quien no se ocultaba lo que había de agresivo é intencionado en las palabras del bufón. ¡Daño! ¡á ! yo no me enamoro, y vos no sois mala: si alguna vez me hiciérais daño me vengaría. ¿Y á qué ese empeño de hacerme oír lo que no me agrada? Cumplo con un encargo.

Desde que dejó de pensar en su hijo; en cuanto se convenció de que no le servía para representar dignamente el papel de príncipe heredero de su augusta dinastía, se enamoró de los papelones de político; y mientras esa farsa le preocupe, no se le dará un rábano ya porque, con el hijo espirante, se os lleven los demonios en una noche a ti y a tu madre..., sobre todo, si me llevan a también.

Luisa se enamoró tambien, y esto era necesario para que se cumpliese la verdad constante de que las jóvenes se enamoran siempre, casi siempre, de lo que ha de hacerlas desgraciadas. Es un arcano incomprensible de la edad, una sombra que lleva consigo la inocencia.

Es evidente que, siendo ella así, no había carecido de novios, entre los señores de su clase; pero, como era tan descontentadiza y dificultosa de gusto, ningún pretendiente le agradaba ni le satisfacía. Uno le parecía tonto, otro ordinario, otro feo y otro vulgar. En suma, ninguno la enamoró, y, repugnando casarse por casarse, sin estar enamorada, permaneció soltera.

Es este Basilio un zagal vecino del mesmo lugar de Quiteria, el cual tenía su casa pared y medio de la de los padres de Quiteria, de donde tomó ocasión el amor de renovar al mundo los ya olvidados amores de Píramo y Tisbe, porque Basilio se enamoró de Quiteria desde sus tiernos y primeros años, y ella fue correspondiendo a su deseo con mil honestos favores, tanto, que se contaban por entretenimiento en el pueblo los amores de los dos niños Basilio y Quiteria.

Sus padres ricos no se habían cuidado de educarlo bien, y no pudo poner en palabras las ideas que le hervían en la mente. Estudió, viajó, vivió sin orden, se enamoró con frenesí. Su amada no lo quiso y él resolvió morir, pero un criado le salvó la vida.

Pero el maestro, que tenía un corazón tierno y suave, y en su temple una propensión a la confianza que rayaba en ceguedad, se enamoró de su discípula, contribuyendo a ello el amor exaltado que tenía el pescador a su hija y la admiración que esta excitaba en la buena tía María; ambos tenían cierto poder simpático y comunicativo que debió ejercer su influencia en un alma abierta, benévola y dócil como la de Stein.

Porque traes pechera rizá y botones de brillantes y botas de charol ¿no hay más remedio que derretirse por ti? No, hijo, yo no me enamoro de la lencería ni de esos requiebros mohosos que traes siempre en la boca. Anda, á emplear tanta gala con las infelices que te han escuchado.

Se acordó del inglés que tenía un carmen junto a la Alhambra, el que se enamoró de ella y le regaló la piel del tigre cazado en la India por sus criados. Había sabido más adelante que aquel hombre, que en una carta que ella rasgó la juraba ahorcarse de un árbol histórico de los jardines del Generalife 'junto a las fuentes de eterna poesía y voluptuosa frescura', aquel pobre Mr.