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Actualizado: 7 de mayo de 2025
Por la noche, aquél me vino a pedir que consintiese poner en mi cuarto otra cama para un joven que acababa de llegar de Málaga. ¡Pero, hombre de Dios, si apenas puedo revolverme yo! Pues no había más remedio. El inventor tenía o decía tener con aquel joven un compromiso ineludible, y se empeñaba, con humildad, sí, pero también con firmeza, en que se pusiera la cama.
Pero ¿por qué veía el joven en la muerte de la Condesa un asesinato y se empeñaba en vengarlo, sino porque había sido rival del Príncipe, es decir, amante de la difunta?
Este le informó, mientras llegaban a la puerta del parque y lo atravesaban, de los últimos sucesos de su vida. Se había casado, en efecto, en México con una viuda que ya tenía dos hijos bien crecidos, casi hombres. La madre tenía muy mimados a sus chicos y les dejaba gastar cuanto querían. Como no tenía mucho dinero que darles, se empeñaba en que él subvencionase a sus vicios. Naturalmente, yo...
Poco a poco iba cayendo el chal de los hombros de las mujeres hermosas, porque la sociedad se empeñaba en parecer grave, y para ser grave nada mejor que envolverse en tintas de tristeza. Estamos bajo la influencia del Norte de Europa, y ese maldito Norte nos impone los grises que toma de su ahumado cielo.
Pero, además, se empeñaba en que todas las mujeres se enamorasen de él, en ser hombre chistoso ó «de buena sombra», como allí se dice, en cantar, tocar la guitarra y bailar como nadie, en jugar á los naipes y al billar mejor que ninguno, en quedar fresco después de haber bebido algunas botellas de manzanilla, mientras los demás rodaban por el suelo borrachos.
Además, a pesar de las instancias de Tristán, que no veía ya la necesidad, persistía en amamantar a su hijo y se empeñaba en hacerlo hasta que cumpliese los veinte meses. Esto la sujetaba mucho a la casa, pero nada le costaba.
Después de todo, en ella no había envejecido nada, nada más que aquel rostro que se empeñaba en ajarse y aquella cabeza que producía con horrible feracidad cabellos blancos. La carne de su cuerpo, su pecho, sus brazos, sus espaldas, conservaban la misma tersura de alabastro, el mismo brillo adorable, sello de una raza fina y hermosa.
Bien me lo figuraba yo, á pesar de lo que decía mi sobrina, que es una santa, y se empeñaba, guiada por su buen corazón, en que esa muchacha se iba á corregir. ¿Cómo puede corregirse un monstruo semejante? ¡Qué deshonra, qué vilipendio! ¡Ay! yo no sirvo para estos casos; me confundo, me descompongo y no puedo tomar ninguna determinación.
Y mientras llegaba el vistoso regalo, iba estrechándose la intimidad; y el «novio» hacía empréstitos a su amiga; y si no tenía dinero, la empeñaba una joya; y a impulsos de la confianza, iba guardándose lo que encontraba al alcance de su mano, y cuando ella pretendía salir del ensueño amoroso, protestando de tales libertades, el buen mozo demostraba la vehemencia de su pasión y volvía por sus prestigios de héroe legendario dándola una paliza.
Pero a este pudor se añadía en Marta la vergüenza de que se descubriesen sus manías infantiles y obstinadas como la del lustre, la de colocar los frascos del tocador con cierta simetría propia de un altar y otras tales que servían a los suyos para embromarla a la hora de comer. Por esto se empeñaba en hacerle salir tirando con fuerza de él.
Palabra del Dia
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