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Actualizado: 9 de junio de 2025
Llegué a Dunkerque y me embarqué en una goleta de ciento cincuenta toneladas, para ir a Islandia a la pesca del bacalao. Estuve una temporada en las islas de Loffoden y vine por casualidad a Burdeos a componer las velas, y aquí me quedé; puse una cordelería, me casé y mi comercio fué prosperando. De la suerte de los demás ya no supe nada.
Aunque el primero es de mas importancia que el segundo, este es mas pronto y fácil, porque el gasto de la Provincia no cesa; y impetrando órden de Su Magestad, para que no se permita en España embarque y conduccion de este género á los puertos del Rio de la Plata, y se prohiba el que las carretas salgan para las Salinas como hasta aquí se ha practicado, se queda este provecho á beneficio de aquella poblacion, y sus vecinos, ocupados en las tareas de sus acopios y en el despacho de sus frutos, logran la provechosa utilidad de esta industria y comercio; que con la pesca de la ballena establecida en el puerto de San José será mas importante.
Saludaron los trabajadores a Montenegro, y éste, por una puerta lateral de la bodega de los Gigantes, pasó a la llamada «de Embarque», donde estaban los vinos sin marca para la imitación de todos los tipos. Era una nave grandiosa con la bóveda sostenida por dos filas de pilastras. Junto a éstas alineábanse los toneles en tres hileras superpuestas, formando calles.
En el fondo de la bodega de embarque estaba el cuarto de las referencias, «la biblioteca de la casa», como decía Montenegro. Una anaquelería con puertas de cristales guardaba alineados en compactas filas miles y miles de pequeños frascos, cuidadosamente tapados, cada uno con su etiqueta, en la que se consignaba una fecha.
Me embarqué para Nápoles, pero no volví a Sorrento, cuyo risueño aspecto y el dichoso porvenir que en él había concebido me lo hacían aborrecible. Corrí a ocultar mi dolor bajo los sombríos muros del castillo de Arcos. Sus antiguas torres, sus murallas ennegrecidas y deterioradas por el tiempo, exhalaban una melancolía que estaba en consonancia con mi tristeza.
A las justas observaciones del capitán explicándole lo imposible de realizar su petición por no tener pasaporte ni haber llenado ninguno de los requisitos de embarque, la india rompió á llorar; volvió á suplicar, y no pudiendo conseguir nada, secó sus lágrimas, y dirigiéndose silenciosamente al portalón tiró á la mar los doscientos pesos. ¡Pobre Titay! oímos decir á un artillero que veía alejarse la barquilla en que iba la india. ¿Quién es Titay? preguntamos nosotros.
Está en todas partes, siempre de un humor encantador; habla con las damas, tiene una palabra agradable para todo el mundo, echa pie a tierra para activar el embarque de la leña, está al alba al lado del observatorio del práctico, anima a todo el mundo, confía en su estrella feliz y se ríe un poco de los chorros y demás espantajos de las noveles. ¡Guarinó! ¡Guarinó!
Los arrumbadores, mocetones fornidos, en cuerpo de camisa, arremangados y con la amplia faja negra bien ceñida a los riñones, iban de un lado a otro con sus jarras de metal, trasegando los vinos de la combinación al tonel nuevo del envío. Montenegro conocía desde su niñez al técnico de la bodega de embarque. Era el empleado más antiguo de la casa.
El embarque de la leña. El "burro". Las costas desiertas. Mompox. Magangé. Colombia y el Plata. Es de trocha angosta y su sólo aspecto me trae a la memoria aquella nuestra línea argentina que, partiendo de Córdoba, va buscando las entrañas de la América Meridional, que dentro de poco estará en Bolivia y en la que, viejos, hemos de llegar hasta el Perú.
Era, pues, preciso, ante todo, que no oyesen hablar más de mí. Tomada esta resolución, me atuve absolutamente á ella. Atravesé la América, me embarqué en Nueva Orleans y he llegado á París hace tres semanas. Durante este tiempo me he ocupado en reanudar mis relaciones, un tanto enfriadas por una ausencia de diez y ocho meses, y en buscar una ocasión de romper las hostilidades.
Palabra del Dia
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