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Esténme vuestras mercedes atentos, y vayan conmigo. ¿Por ventura es cosa nueva deshacer un solo caballero andante un ejército de docientos mil hombres, como si todos juntos tuvieran una sola garganta, o fueran hechos de alfenique?

El pueblo de París se ha sublevado hace quince días contra el gobierno, asaltando el Elíseo y asesinando al Presidente. El ejército tuvo que emplear las ametralladoras para imponer el orden... Todo el mundo lo sabe. Pero Desnoyers insistía en no saberlo: nada había visto. Y como sus palabras eran acogidas con un gesto de maliciosa duda, prefirió callarse.

El Majito, que tan poco sabía del mundo, sabía que los tres entorchados son la insignia del capitán general, y que esta es la jerarquía más alta del ejército. ¡Vaya usted a averiguar dónde esos diablos de chicos aprenden estas cosas!

Yo no pensaba sino en soldados y batallas; tenía cierta disposición genial al dibujo y pasaba las noches dibujando el ejército y la escuadra de Buenos Aires en marcha contra Urquiza; y entre las filas de soldados, sobre un caballo trazado con el más respetuoso cuidado, diseñaba la figura de mi general, ídolo de mis sueños infantiles, especie de Cid fraguado por mi fantasía de niño, caricaturado involuntariamente por mi lápiz torpe, y destinado por la Providencia a aplastar a Urquiza, a quien yo me lo representaba vestido de indio, con plumas en la cabeza, con flechas y un gran facón en la cintura, rodeado por una tribu salvaje que constituía su ejército.

En los años pasados, cuando solía vivir «en pensión» con dos oficiales de artillería de ejército italiano y un holandés, estudiante de arte, en el último piso de uno de esos grandes y viejos palacios de la calle dei Banchi, la vía Fornabuoni era el lugar elegido para mi paseo matinal, porque allí se encuentra uno con todo el mundo: las damas ocupadas en sus compras en las tiendas o de paso para las bibliotecas y librerías; los hombres charlando en las aceras, hábito que pronto adquieren todos los ingleses que establecen su residencia en Italia.

Vestía igualmente el chaleco con botones de plata, la chaqueta de paño verde y la montera de pico; pero en vez del calzón corto y la media, gastaba aún el pantalón largo y encarnado que había traído del ejército, aunque remontado ya de pana negra por trasero y muslos. Los dos primeros, primos hermanos, habitaban en Entralgo. El segundo en Canzana, lugar de la misma parroquia.

Al amanecer, pues, se arrimó hácia allí todo el ejèrcito, y abriendo camino con las hachas, por medio del bosque, que está de una y otra parte, se movieron al mediodia los reales hácia aquel sitio, dejando atras solamente algunos enfermos, con el custodio de sus almas, ó sacerdote.

9 Y me dijo: Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y di al espíritu: Así dijo el Señor DIOS: Espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos, y vivirán. 10 Y profeticé como me había mandado, y entró espíritu en ellos, y vivieron, y estuvieron sobre sus pies, un ejército grande en extremo. 11 Me dijo luego: Hijo de hombre, todos estos huesos son la Casa de Israel.

Ella también tenía su hombre en el ejército y le preocupaban los asuntos propios. «¿Dónde estará? se preguntó Julio durante el día . ¿Por qué desea que ignore su paradero?...»