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Actualizado: 24 de mayo de 2025
«Porque usted dijo Pez volviendo a su tema quejumbrón tendrá al fin que echarme de su casa... tan pegajoso e impertinente soy».
Y cuidadito con echarme basura en el portal y en la escalera. Estas eneas y juncos que habéis esparcido en el patio, me los vais a recoger y entregárselos a su dueño». Los chicos oyeron esto sin chistar.
Y por otra parte, mi imposible propósito de amor verdadero y único en la tierra, de purificación de culpas y de olvido de afrentas, me arrebata y pugna por echarme en brazos de la muerte. Hoy, como hace ya muchos años, no repruebo yo ni censuro las obras divinas que en torno mío resplandecen y cuya imagen se graba en mi alma.
Estoy leyendo los sermones de Massillón y la Odisea; mis hijas leen la historia antigua. ¡Pobres hijas mías! Se están portando como quienes son: alegres y buenas por todo extremo. Mas, ¡ay! ¿las dirijo yo como debo? ¿No tengo que echarme algo por ello en cara? ¿Tendré la culpa de las dificultades en que me encuentro por causa de Cesarina? ¡Oh, Dios mío, Dios mío!
Afortunadamente, con la idea, nada más, de echarme al coleto tanto engrudo, entráronme unos sudores, fríos como los de la muerte; levantéme tambaleándome, llegué al corral..., y despojado el estómago del peso que le oprimía, volví á la mesa, pero sin el consuelo de hacer comprender á aquella buena gente la impertinencia de sus mal entendidos obsequios.
Las impresiones que aquel hogar lleno de movimiento producían sobre mi espíritu, eran múltiples y variadas. Mi tía Medea nunca dejaba de echarme en cara que al morir mis padres me había recogido por favor y como un acto mil veces más caritativo y recomendable que el de la hija de Faraón, salvando a Moisés de la corriente del Nilo.
JOAQUÍN. Indudablemente eso está en la sangre. ¡Por vida de...! Si no ganas ese endiablado pleito, no hay justicia en la tierra... ni en el cielo. ¡Ay! Isidora, no sé por qué el Champagne da a mi alma un vigor que ya no tenía. Ello es que siento deseos de echarme a pensar cosas agradables. JOAQUÍN. Ganarás el pleito... Yo me casaré contigo...
La noche estaba muy negra, el viento soplaba con furia, nubarrones obscuros se extendían por el cielo y dejaban espacios más claros, donde brillaba un grupo de estrellas. Hice un esfuerzo y me quité el pañuelo de la boca. Respiré a pleno pulmón. Luego pensé con frialdad: ¿Qué querían de mí aquellos hombres? Si Machín hubiera pensado echarme al agua, ¿qué esperaba?
¡Dios mío! prosiguió el señor Macey, haciendo una pausa y sonriendo al ver la pobre imaginación de su auditorio ; yo estaba tembloroso; yo estaba, por así decirlo, como una levita tirada por los dos faldones, porque no podía detener al pastor, no podía echarme encima esa responsabilidad. Sin embargo, pensaba, ¿y si no estuvieran bien casados, porque las palabras han sido dichas al revés?
¡Pero por Dios bendito! exclamé ¡No se da cuenta de que me está matando con estas cosas! ¡Estoy harto de sufrir y echarme en cara mi infelicidad! ¿Qué ganamos, qué gana Vd. con estas cosas? ¡No, basta ya! ¿Sabe Vd. agregué adelantándome lo que Vd. me dijo aquella última noche de su enfermedad? ¿Quiere que se lo diga? ¿Quiere? Quedó inmóvil, toda ojos. Si, dígame... ¡Bueno!
Palabra del Dia
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