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No puede afirmarse que la Nela entendiera el anterior discurso, pronunciado por Golfín con tal vehemencia y brío que olvidó un instante la persona con quien hablaba. Pero la vagabunda sentía una fascinación extraña, y las ideas de aquel hombre penetraban dulcemente en su alma hallando fácil asiento en ella.

El candoroso joven, que siempre parecía adolescente, permaneció en la misma actitud humilde, como si estuviese esperando el golpe de la cuchilla que había de segarle el cuello. Soy muy malo, D.ª Rafaela articuló dulcemente. No merezco las bondades con que usted me favorece. No le tengo a usted por tal, querido, ni lo tiene nadie... Habrá sido una calumnia... No, no es calumnia por desgracia...

Los hombres van de americana y pavero; las mujeres con flores puestas en el pelo a lo gitana, luciendo unas la mantilla de blonda blanca y otras la de casco de color con sedosos madroños negros, que sombrean dulcemente la cara.

Sacó fuera de los cobertores sus bracitos descarnados y se cogió fuertemente a la madera de la cama. La condesa se apoderó de su mano, la besó dulcemente y la retuvo sobre sus rodillas. Solamente entonces se tranquilizó la enferma y durmió hasta entrado el día. Soñó que la condesa estaba de pie a su derecha, que tenía la figura de un ángel y que le habían salido unas alas blancas.

Sin poder apartar sus ojos de esa vaga silueta, el inspector general se dejó dulcemente deslizar hacia las mayores profundidades del recuerdo, y escuchando los nocturnos rumores de los campos y de los bosques fue perdiendo poco a poco la noción de los días y de los años...

¿Qué sabes de esos dolores, tonto? dijo poniéndole una mano en la boca. ¿Has parido alguna vez? Luego cuatro días solamente en la cama prosiguió el joven separando dulcemente aquella mano y besándola al mismo tiempo, y al quinto bajar al salón. Pues ya estás viendo que no me ha pasado nada. ¡Oh, si no llego a bajar ayer, de fijo Quiñones me manda al médico!

María... ¿Te vas?... No..., iba a ver si llegaba el padre. ¿Pero no te irás?... No, hombre, descuida; no me voy... ¿Estarás aquí hasta que muera?... Hasta que mueras estaré replicó ella dulcemente.

Llevando cada cual un bocado sabroso al festín de la murmuración pasaban dulcemente las horas, amigos allí, distantes unos de otros en el comercio de la vida ordinaria. Rubín, al verse vencido, pues hasta el agente de Bolsa, que era el más libre-pensador de todos, se cayó del lado de Pedernero, buscaba camorra, empleando argumentos de mala fe y personalizando la disputa.

Algunas gotas de sudor le rodaban por la frente; sus luengas barbas negras y ásperas barrían como una escoba la mesa cuando bajaba hacia ella la cabeza para invitar dulcemente a Fernández a que se explicase mejor; sus ojos encarnizados rodaban por las órbitas con inquietud y ansiedad. Al fin se decidió a preguntar: ¿Y mis hijastros? Muerte dijo la mesa.

Fue una amistad espiritual, en que no se trataba otro asunto que el del servicio de Dios, en que se pasaban largos ratos hablando dulcemente de las cosas del Cielo. Ni faltaban tampoco en sus coloquios algunas bromitas inocentes que los regocijaban por breves instantes.