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No podía dudarlo; eran pisadas humanas, bien distintas de la corrida de la liebre por entre las hojas, o de los golpecitos secos y reiterados que sacuden las patas unguladas del zorro o del perro. Pisadas humanas eran, aunque muy recelosas, apagadas y lentísimas. Parecían de alguien que procuraba emboscarse.

El espíritu inglés, bajo la áspera corteza del utilitarismo, bajo la indiferencia mercantil, bajo la severidad puritana, esconde, a no dudarlo, una virtualidad poética escogida y un profundo venero de sensibilidad, el cual revela, en sentir de Taine, que el fondo primitivo, el fondo germánico de aquella raza, modificada luego por la presión de la conquista y por el hábito de la actividad comercial, fué una extraordinaria exaltación del sentimiento.

Durante este tiempo yo había crecido; contaba quince años; era bien parecida, y por el incidente de tan inesperada visita, me convencí de que llamaba la atención mi persona; mis amigos nada me habían dicho, y el efecto rápido y maravilloso que produje en la concurrencia me sorprendió en extremo... Todo, en aquel día, me decía que era linda; y si hubiese podido dudarlo todavía, las exclamaciones que oía a mi alrededor bastaban para disipar mis dudas.

En todas, porque en Tucumán no hay federales, esta planta que no ha podido crecer sino después de tres buenos riegos de sangre que ha dado al suelo Quiroga, y otro mayor que los tres juntos que le otorgó Oribe. Ahora dicen que hay federales que llevan una cinta que lo acredita, en la que está escrito: ¡Mueran los salvajes, inmundos unitarios! ¡Cómo dudarlo un momento!

Era de estatura mucho menos que mediana, lo cual dependía, a no dudarlo, de la cortedad de las piernas, pues el torso era grande, robusto, casi atlético. Las facciones correctas, los ojos saltones y negros adornados con espesas cejas. Pero lo que caracterizaba fuertemente a aquel rostro eran unos enormes bigotes blancos que tapaban lo menos la mitad. Podría tener sesenta y pico de años.

Siento que hayáis pensado cosa semejante. No, camarada, ni pensarlo siquiera. Fué una prueba para ver si seguías siendo el mismo, aunque no debí dudarlo un momento. ¿Dónde estaría yo hoy, á no haberos conocido en la venta de Dunán? Desde luego no hubiera ido al castillo de Monteagudo, ni sería escudero de nuestro valiente capitán, y probablemente no hubiera visto nunca á....

¿Está usted seguro de que siempre ha expresado con franqueza su opinión? El dudarlo es una ofensa. ¿También cuando afirmaba usted que yo era el primer poeta español no sólo de los tiempos modernos, sino también de los antiguos? Entonces lo creía. Usted lo creía: yo no.

Amigo mío me respondió el señor Laubepin; la unión proyectada presentaba todas las ventajas deseables, y habría asegurado, á no dudarlo, la felicidad común de los cónyuges, si el matrimonio fuera una asociación puramente comercial, pero está muy lejos de serlo.

Ella, a no dudarlo, debe ver y reconocer su gallardo cuerpo, y sobre todo ahora que se halla en la plenitud de su florecimiento, en el punto culminante de su esplendidez y de su gala, como el sol en el meridiano. Y de seguro que dice para , en misteriosos soliloquios: ¿Para qué sirve, para qué vale todo esto, si no lo comunico y si lo escondo?

En mi larga carrera he contribuído á separar más de doscientas parejas que se adoraban y á los cuales sus padres han probado que no podían vivir juntos! Entonces, ¿me secundarás? ¿Puedes dudarlo? ¡Ah! eres un verdadero amigo.... Y sin embargo, no has parecido creerlo. Si hubieras entregado Herminia á mi hijo.... No volvamos á eso, interrumpió Clementina con fastidio; ya no es tiempo.