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El barco estaba sucio, lleno de basura, de manchas de sangre. Apenas navegaba; unas masas verdes de vegetación que allí flotan en el mar se habían acumulado en la proa y no dejaban avanzar a El Dragón. El capitán mandó que desde la ballenera y el bote fuéramos cortando aquel estero por la mitad, y después de una larga faena lo pudimos partir en dos pedazos y pasar por en medio.

2 Hijo de hombre, pon tu rostro contra Faraón rey de Egipto, y profetiza contra él y contra todo Egipto. 3 Habla, y di: Así dijo el Señor DIOS: He aquí estoy contra ti, Faraón rey de Egipto, el gran dragón que yace en medio de sus ríos, el cual dijo: Mío es mi río, y yo me lo hice.

15 Y la serpiente echó de su boca tras la mujer agua como un río, a fin de hacer que fuese arrebatada del río. 16 Y la tierra ayudó a la mujer; y la tierra abrió su boca, y sorbió el río que había echado el dragón de su boca.

Unos decían que había encontrado la flecha de Abaris y se había ido por el aire, montado en ella; otros, que se había elevado al empíreo en el trono flotante de Salomón o en un carro de fuego; otros, que el dragón Musaros, que en la antigüedad más remota civilizó a los asirios, y que tenía cuerpo de pez, cabeza de hombre y piernas de mujer, se le había llevado consigo a su palacio submarino, en el fondo del golfo pérsico.

Íbamos remolcados por El Dragón y protegidos por él, cuando el capitán cortó la amarra y comenzamos a alejarnos del barco a fuerza de remos. El Dragón siguió navegando, hundiéndose lentamente; algunas de las granadas de los ingleses cayeron en el agua a poca distancia de nosotros. Los del crucero temían, sin duda, alguna estratagema, porque iban acercándose despacio al barco abandonado.

No tuvimos tiempo de hacer uso de nuestras armas, y quedamos prisioneros. Por lo que dijo Allen, los dos blancos eran, uno, Ryp Timmermans, el cocinero de El Dragón, y el otro, un marinero holandés llamado van Stein. Ambos llevaban más de un año buscando el tesoro, pero no daban con él.

Con un cargamento tan ligero subimos hacia el norte con los alisios, teniendo que echar varias veces algunos viejos negros al mar para regalo de los tiburones, y, al pasar cerca de la isla de la Ascensión, estuvimos a pique de ser cazados por un crucero inglés. Los viajes de El Dragón tomaban un nuevo aspecto. Según algunos marineros, el doctor Cornelius había echado la maldición al barco.

Ibamos cruzando el Pacífico, cuando se nos sublevaron los chinos, y no si ellos o alguno de la tripulación mataron a Zaldumbide y al médico holandés. Hubo luego una serie de luchas y de reyertas entre parte de la tripulación, que era enemiga de la otra; pero, al fin, se pudieron arreglar estas diferencias y yo me encargué del mando de El Dragón.

Como la generalidad de los barcos de entonces, no tenía puente; su aparejo era de corbeta o brick-barca de mucho volumen. Navegaba en aquel momento en lastre y enseñaba dos pies de cobre fuera del agua. Se llamaba El Dragón, nombre que trascendía a barco pirata.

«No nos abandone usted, señor doctor le dijo angustiadísimo . Hemos de estar con cien ojos... Hay moros por la costa... ¿Qué es eso? Que aunque parece que no habla, habla, , señor; hoy a las doce estuvo aquí una mujer que la viene persiguiendo hace días... Es un dragón, ¿me entiende usted?... Pues Isidora charló largamente con ella.