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Actualizado: 15 de julio de 2025


El señor Vicente la oía sonriendo, y después se fijaba en su persona. Y usted, ¿cómo está? ¿cómo marcha ese embarazo?... Desde que la veía en tal estado hablábala con mayor confianza. Desfigurada por la hinchazón, pesada y doliente, no pudiendo moverse sin suspiros de pena, ya no le infundía aquel miedo que toda hembra le hacía sentir.

Con acento contenido y amoroso le suplicó, casi al oído: ¿No te he dicho que mientras yo esté en Rucanto no debes temer nada? Tenía Carmen cuajados de lágrimas los ojos y era presa de una emoción confusa, entre grata y doliente. Llena de sinceridad infantil interrogó ansiosa: Y ¿estarás aquí mucho?...

Miguelina se dejó caer en una silla, gimiendo con voz doliente: Eso no impedirá a las malas gentes charlar de nuevo al verle en mi casa.

Apenas se había apartado algunos pasos, cuando la doliente, quitándose del cuello la Santa Reliquia, empezó á llamar con palabras amorosas á sus galanes y en ademán de quien se abrazaba con alguno, acabó la vida, dejando á sus parientes afligidos y desconsolados por muerte tan desgraciada.

Aquel huertecillo verde, aquella tranquila estancia que hace pensar en un nido que á su culto amor consagra, de Ataide, el desventurado, es la doliente morada, que en ella la triste Ayela se extingue como una lámpara, que al fin de una horrenda noche sin pábulo muere exhausta.

En la esquina del puente, un pobre, decentemente vestido y con trazas de militar, pedía limosna con sólo una inflexión suplicante de la voz y un doliente fruncimiento de cejas. Conforme dejaban atrás el puente, llegando a internarse en la frondosa alameda que a Vesse conduce, dilatábasele el corazón a Lucía, creyendo hallarse de veras en el campo.

Pide á Dios me conceda sueño tranquilo y dulce con que reposar pueda, que la torne viva mi espíritu á inflamar. Borra todas mis culpas con tu aliento inocente, y que á su beso quede mi corazon doliente puro como la piedra del ara del altar. DON JOS

Triste, doliente, llorosa, parecía decirme: «Me ofreciste tu alma y tu vida; me ofreciste tu corazón, y se los diste a otra.... ¡Ingrato!» Y aquella voz tenía el timbre de la voz de Angelina. La visión desapareció arrebatada por una ráfaga del viento matinal que pasó estremeciendo las copas de los naranjos y columpiando los floripondios.

Después se volvió a sentar, y requiriendo la benéfica pluma, entonces consagrada a la humanidad doliente, siguió su trabajo.

Zarapicos no jugaba al muerto; no hacía gestos para hacer reír a sus compañeros; no decía con voz doliente ¡madre! para representar una comedia; era que se moría realmente... Temblando, pálido y siniestro, con los ojos secos, sin tener clara idea de su acción, Pecado arrojó el arma que había sido juguete. El instinto le mandaba huir, y huyó. Alborotose en un instante el barrio de las Peñuelas.

Palabra del Dia

buque

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