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Yo me compadezco mucho de la miseria que padecen en sus enfermedades; y aunque he procurado proporcionarles los auxilios que me han parecido oportunos para su alivio en todas sus dolencias, no lo he podido conseguir como lo he deseado, porque cuanto se destina para los enfermos lo consumen los mismos por cuya mano se le suministra, sin que hayan bastado cuantas providencias y arbitrios he imaginado para evitarlo.

Pero la rebeldía bien conocida de estas dolencias exige tambien otros medicamentos, tales como, el guayaco, la clematis, el mezereum, el azufre, la zarzaparrilla, el zinc, el grafito...., por ser los mas análogos de la dulcamara en su accion sobre la piel.

Lo que está fuera de duda es que con ella quería decir don Máximo dar a entender algo insignificante, baladí o de poco monto. Y basta con esto para que sepamos a qué atenernos sobre la opinión de la ciencia en lo referente a los males de doña Gertrudis. Después del nacimiento de Marta, las dolencias de doña Gertrudis no desaparecieron, sino que cambiaron de rumbo.

De donde resulta el que haga moverse a sus personajes como máquinas o como víctimas fatales de dolencias hereditarias y de crisis nerviosas, con lo cual, además de decapitarse al ser humano, se aniquila todo el interés dramático de la novela, que sólo puede resultar del conflicto de dos voluntades libres o de la lucha entre la libertad y la pasión.

El médico no puede echar tierra en el abismo, en cuyas tenebrosas cavidades yerra perdido el corazon de esa mujer. Ustedes no ven más que la medicina del cuerpo: y la mayor parte de las dolencias no se curan sino con la medicina, del alma. No es cuestion de botica, madama Fonteral; es cuestion de prudencia y de amor al prógimo. El verdadero médico de Luisa es la amistad y el sacrificio.

Lo que hace al caso es saber que Abaris viajaba con facilidad prodigiosa. David estaba viejísimo, y los sabios de Israel resolvieron que, para aliviar sus dolencias y hacer menos crueles los postreros años de su vida, era menester casarle con una jovencita bella e inocente; la flor de las doce tribus.

Nuestra decadencia o postración ha de ser, por consiguiente, accidental y no esencial. Depende de varios achaques y dolencias de que es menester que sanemos. Para conseguirlo, propone doña Emilia, algunos remedios que a me parecen excelentes. Lo que importa ahora es que haya alguien que sepa aplicarlos con energía y perseverancia.

Ya no me espanto de las pestilenciales dolencias que con tanta freqüencia afligen á Persepolis; capaz es de envenenar todo el globo terraqüeo la podredumbre de tantos muertos y de tantos vivos apeñuscados en un mismo sitio. ¡Ha, qué sucio pueblo es Persepolis!

Quiero guardar para solo, substrayéndolo a toda mirada extraña, el tesoro que Dios se digna enviarme. »Mucho tiempo he pasado en la incertidumbre; pero hoy ya los síntomas no ofrecen la menor duda: estoy atacado de una cerebritis, de una de esas raras dolencias que siguen casi siempre a un dolor moral intenso.

Fuera de aquí hace un calor de horno... ¡Ay, Tomasa!, ¡qué fuerte te veo! Tan delgada y tan ágil, te mantienes mejor que yo. No estás envuelta en grasa como este pecador, ni tienes dolencias que te amarguen las noches.