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Precioso páxaro, le dixo, has sido quien me has librado la vida, y quien me has hecho primer ministro. Mucho mal me habian hecho la perra y el caballo de sus magestades, pero me has hecho mucho bien. ¡En qué cosas estriba la suerte de los humanos! Pero puede ser que mi dicha se desvanezca dentro de pocos instantes. El loro respondió: ántes.

Yo no he querido, por el respeto, abrir la carta, q. esto aprendí del trato con Reyes y príncipes. Bibl. Nac. de París, Fr., 3.652, fol. 127. Colección Morel Fatio, núm. Ex.^mo S.^r Sepa V. Ex.^a q. despues q. Al fin de la plática, viendo q. yo no queria q. por respecto mio él padesciese ningun daño, dixo, que le embiasse allá vn hombre mio, q. veria de accomodarme.

Dixo uno de ellos al ver á la muger: Esta misma es, que se parece á las señas que nos han dado; y sin curarse del muerto, echáron mano de la dama. Daba esta gritos á Zadig diciendo: Socorredme, generoso extrangero; perdonadme si os he agraviado: socorredme, y soy vuestra hasta el sepulcro. Pero á Zadig se le habia pasado la manía de pelear otra vez por favorecerla.

Nací en Nápoles, me dixo, donde capan todos los años dos ó tres mil chiquillos: unos se mueren, otros sacan mejor voz que las mugeres, y otros van á gobernar estados.

Entráron Cunegunda y la vieja en bureo, y esta dixo: Señorita, vm. tiene setenta y dos quarteles y ni un ochavo, y está en su mano ser muger del señor mas principal de la América meridional, que tiene unos estupendos bigotes, y así no viene al caso echarla de incontrastable firmeza.

Decíale el Sofista: Vos no sois lo que yo soy: yo soy hombre: luego vos no sois hombre; y dixo Diógenes, concederé todo el sylogismo si me arguyes de esta manera: Yo no soy lo que eres: eres hombre: luego yo no soy hombre. Tambien tiene quatro términos este sylogismo: Si diciendo la verdad dices yo miento, mientes: quando dices la verdad dices yo miento: luego diciendo la verdad, mientes.

Permaneció inmoble un rato; rompiendo al fin el silencio, con voz mal segura, dixo: Generosa dama, perdonad á un extrangero desventurado, que á preguntar se atreve ¿por qué extraño acaso encuentro aquí el nombre de Zadig, por vuestra divina mano escrito?

Buena la tenemos, dixo Cunegunda: ya no hay remision; estamos excomulgados, y es llegada nuestra última hora. ¿Cómo ha hecho vm., siendo de tan suave condicion, para matar en dos minutos á un prelado y á un Judío? Hermosa señorita, respondió, quando uno está enamorado, zeloso, y azotado por la inquisicion, no sabe lo que se hace.

Descubrió este en su amo excelente índole, mucha rectitud y una sana razon, y sentia ver que adorase el exército celestial, quiero decir el sol, la luna y las estrellas, como era costumbre antigua en la Arabia; y le hablaba á veces de este culto, aunque con mucha reserva. Un dia por fin le dixo que eran unos cuerpos como los demas, y no mas acreedores á su veneracion que un árbol ó un peñasco.

Ha, dixo Candido, yo tambien he conocido á ese amor, á ese árbitro de los corazones, á esa alma de nuestra alma, que nunca me ha valido mas que un beso y veinte patadas en el trasero. ¿Cómo tan bella causa ha podido producir en vm. tan abominables efectos?