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Actualizado: 13 de julio de 2025


Adriana, como una divinidad, prodigaba a capricho su favor y su desdén sobre los infortunados que alzaban hacia ella los ojos.

En fin, que había visto mujeres guapas, pero como aquella ninguna. Era una divinidad en toda la extensión de la palabra. Pasmadas estaban las amigas oyéndola, y aprovechó doña Lupe este asombro para acudir con el siguiente ardid estratégico: «Y en cuanto a lo de su mala vida, hay mucho que hablar... No es tanto como se ha dicho. Yo me atrevo a asegurar que es muchísimo menos».

No: luego cuando quiero juzgar si lo que de ellas se dice es imposible ó no, fallo sobre objetos desconocidos. ¿Qué sabemos nosotros de los arcanos de la divinidad? El Eterno ha pronunciado algunas palabras misteriosas para ejercitar nuestra obediencia, y humillar nuestro orgullo; pero no ha querido levantar el denso velo que separa esta vida mortal del océano de verdad y de luz.

Todos estos casos de amor platónico son verosímiles. Lo es también el de algún colegial o novicio que viene de provincias a la capital, y cae bajo el poder de cualquiera lionne experimentada, curtida, deseosa de adoración, y que se aparece como divinidad a los ojos del inexperto y tímido mancebo.

Al despertar de sus pesadillas con el dejo amargo de las malas pasiones satisfechas, Ana se sublevaba contra leyes que no conocía, y pensaba desalentada y agriado el ánimo en la inutilidad de sus esfuerzos, en las contradicciones que llevaba dentro de misma. Parecíale entonces la humanidad compuesto casual que servía de juguete a una divinidad oculta, burlona como un diablo.

Sus ricas prodigalidades no podrían pertenecer al hombre que se ha dejado degradar de la dignidad de su especie y que ha traficado cobardemente con su independencia. ¡Y cuán profundamente se siente humillada el alma generosa que ha comprometido todas sus fuerzas en este contrato, cuando conoce el precio de su sacrificio, cuando se encuentra subyugada por el audaz ascendiente de esos insolentes dominadores, y cuando compara la presente con esas edades afortunadas de la juventud del mundo en que las sociedades circunscritas en los estrechos límites de las familias no reconocían otros poderes que los que le habían sido conferidos por la Divinidad, ni otro jefe que el que recibían de la naturaleza!

De muy distintas impresiones participaba el jorobado Osuna, administrador de Montesinos, en aquel momento. Ya sabemos que se había situado lo más cerca posible de D.ª Teodora. Era también un hombre místico a su manera; pero en vez de buscar la unión con la Divinidad en abstracto, se placía en realizarla de un modo concreto, por mediación de las mujeres gordas y frescas.

Le frotaban para secarle y sus brazos torneados, su fina tez y hermosísimo cuerpo producían a cada instante exclamaciones de admiración. «¡Es un niño Jesús... es una divinidad este muñeco!». Después empezaron a vestirle. Una le ponía las medias, otra le entraba una camisa finísima.

Podía vivirse en paz con todos los errores, siempre que fuesen fruto de la razón, pues la razón no se considera infalible y está pronta á rectificarse. ¿Pero cómo existir tranquilamente, en mutuo respeto, con unos hombres que tomaban todos sus pensamientos como inspiraciones indiscutibles de la divinidad?

Levantaron estos una ancha piedra; tiráron á mano derecha y á mano izquierda una tierra que exhalaba un hedor intolerable; pusieron luego un muerto en el hueco que habían hecho, y volviéron á sentar la piedra. ¡Con que entierran estas gentes, exclamó Babuco, á sus muertos en los sitios mismos donde adoran la divinidad! ¡con que estan empedrados con cadáveres sus templos!

Palabra del Dia

buque

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