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Actualizado: 20 de mayo de 2025


Vestía de un modo semejante a los chulos, como sucede ordinariamente con los señoritos en Andalucía; pantalón muy apretado, chaqueta corta y apretada también y hongo flexible. Aprovechando un momento en que nos encontramos al pie del manantial bebiendo el agua, me creí ya en el caso de dirigirle la palabra. Tengo entendido que es usted mi compañero de cuarto, caballero.

La brigadiera debió conocerle en cuanto entró, porque así que Miguel hizo ademán de dirigirle la palabra, volvió la cabeza a otro lado en señal evidente de mal humor y desdén. El rencor que siempre le había tenido estaba más encendido ahora por el testamento del padre. Miguel permanció inmóvil largo rato, sumergido en un mar de pensamientos tristes.

La razon es quien debe dirigirle conforme á los eternos principios de la moral; la razon es quien debe encaminarle, hasta en el terreno de la utilidad. Por esto jamas el hombre se ocupa demasiado del conocimiento de mismo; ningun esfuerzo está de mas para adquirir aquel criterio moral y acertado, que nos enseña la verdad práctica, la verdad que debe presidir á todos los actos de nuestra vida.

¿A qué se refiere usted?... ¿Qué quiere usted decir? preguntó Antoñita, sorprendida y asustada. Felipe no contestó, contentándose con dirigirle una patética mirada, y salió en trágica actitud, con sentimiento de haber hablado demasiado.

Después de separarse del médico, el capitán del buque con destino á Brístol empezó á pasearse lentamente por la plaza del mercado, hasta que, acercándose por casualidad al sitio en que estaba Ester, pareció reconocerla y no vaciló en dirigirle la palabra.

Su presencia causó una gran sorpresa; pero la austeridad de su semblante y su aire grave imponían tal respeto aún a sus más íntimos amigos, que nadie se atrevió a dirigirle la menor pregunta.

No vió que Paca rehusaba aquel galanteo, que le daba un ardite por Velázquez, como por todos los demás hombres; no comprendió el carácter altivo y original de su amiga. Por eso comenzó á ponerle mala cara, á responderla con sequedad y aun á dirigirle algunas indirectas ofensivas.

Sin poder leer, me puse naturalmente a contemplar a la que tan íntimamente iba a ser mi compañera de viaje. Era indudablemente bonita, grandes ojos pardos, pelo castaño, un cuerpo modelado y un pie fino y bien calzado asomaba la puntita por debajo del vestido. No pude vencer mi curiosidad; en Europa me habría abstenido de dirigirle la palabra; extranjero y en América... ¡bah!

Doña Emerenciana, una viuda vejancona que, a falta de galanes más lucidos, se pasaba la vida persiguiendo a Fidel, el mozo de comedor, veíase que se despepitaba con la proximidad del canónigo, y fué la primera en dirigirle la palabra: ¿Verdad que en este Madrid hace demasiado calor, y eso que estamos todavía en abril? Usted vendrá de sitio más fresco, don... ¿cómo se llama usted?

Le he escrito en ese tiempo tres cartas y en todas le manifestaba mi creciente angustia. ¿Las ha recibido usted? ¡Oh! Si hubiesen llegado a sus manos, estoy segura de que no habría permanecido tan callado sabiendo cuánta pesadumbre me causa su silencio. »Al saber ahora que aún vive y a dónde debo dirigirle mis cartas escribo por cuarta vez.

Palabra del Dia

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