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Lo que nosotros dirémos de los franceses será un retrato tan al natural, un retrato tan candorosamente parecido, que no habrá persona, por poco instruida que esté en materia de caractéres nacionales, que no eche de ver por instinto que hablamos de Francia, aunque nosotros supusiéramos que la escena pasaba en la Nigricia.

No diremos por esto que no le hubiese favorecido más omitir las citas, que á veces se encuentran en sus obras; pero la extrañeza, que nos causan á primera vista, desaparece casi siempre al recordar la reflexión enunciada.

Para evitar tiempo, papel y paciencia, diremos que en fuerza de acosar y prometer el uno, acabó el otro por ir largando trapo, hasta que del último remiendo de los calzones sacó un magnífico cronómetro de bolsillo, alhaja que, sin conocerla, le había dado tanto que discurrir. Á su vista, el buen señor quedóse haciendo cruces y bendiciendo á la Providencia en sus adentros.

Lo que por aquellos tiempos podía ser una primera representación, lo ignoramos completamente; y como no nos proponemos pintar las costumbres de nuestros padres, sino las nuestras, no nos aflige en verdad demasiado esta ignorancia. En el día, una primera representación es una cosa importantísima para el autor de... ¿de qué diremos?

5 Porque mientras éramos en la carne, los afectos de los pecados que eran por la ley, obraban en nuestros miembros fructificando a muerte. 6 Pero ahora somos libres de la ley de la muerte en la cual estábamos detenidos, para que sirvamos en novedad de Espíritu, y no en vejez de letra. 7 ¿Qué pues diremos? ¿La ley es pecado? En ninguna manera.

Nosotros diremos: «A ver, señor duque de Tal, ¿de dónde sacó usted las tierras A y las dehesas B? Señor banquero Cuál, ¿de dónde sacó usted los millones A y B que tiene en el Banco?». «Hombre, dirán ellos, pues yo...». «Valientes pillos están ustedes, acaparadores, por no decir otra cosa...». Conque ya ves.

Es seguro que no: conoceremos que ha obrado mal, se lo diremos quizas con libertad y entereza, habremos tal vez descubierto una mala cualidad de su índole, que se nos habia ocultado; pero no dejaremos por esto de reconocer las demas prendas que le adornan, no le juzgaremos indigno de nuestro aprecio, proseguiremos ligados con él con los mismos vínculos de amistad.

Abramos un corto paréntesis para referir lo que había pasado pocas horas antes. A las siete de la noche, cruzando Benedicta por la esquina de Palacio, se encontró con Aquilino. Ella, lejos de reprocharle su conducta, le habló con cariño, y en gracia de la brevedad diremos que, como donde hubo fuego siempre quedan cenizas, el amante solicitó y obtuvo una cita para las diez de la noche.

¿Y qué diremos si á tan imponente testimonio se reunen las profecías cumplidas, la santidad de una vida sin tacha, la elevacion de su doctrina, la pureza de la moral, y por fin el heroico sacrificio de morir entre tormentos y afrentas, sosteniendo y publicando la misma enseñanza, con la serenidad en la frente, la dulzura en los labios, articulando entre los últimos suspiros amor y perdon?

La argolla no tiene la virtud de convertir á los malvados. La argolla no es un poder humano, un poder moral; mata, no educa. Pues ¿de dónde procede la religiosidad del pueblo francés en atemperarse al precepto público? Sobre esto dirémos despues unas cuantas palabras.