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El barón de la Deuda Flotante creía en el poder de la prensa periódica, pero su hija no. Enfrente de esta pareja se colocó resplandeciente Ronzal, el gallardo Trabuco, diputado de la comisión y miembro de la Junta directiva del Casino. La pechera que lucía Ronzal no podía ser más brillante.

El entendimiento elevado, la no común habilidad, y sobre todo el genio del artista, no equivalen, sino valen más que la hermosura. Esa portentosa luz interior del espíritu se difunde por todo el cuerpo y le ilumina y hermosea. Claro está, por consiguiente, que en los actores y actrices principales no tendrá la junta directiva que investigar y probar si hay ó no corporal belleza.

En efecto Ronzal, abusando de su cargo en la Junta directiva, acaparó lo mejor del restaurant, tomó por asalto el gabinete de lectura, quitó periódicos de la mesa y puso manteles, cerró con llave la puerta, hizo que entrara el servicio por una de escape que estaba cerca del armario de libros, y allí pudo cenar la flor y nata de la nobleza vetustense con sus paniaguados y amigos de confianza.

Desde el comienzo se pondría en ridículo el poema de Goethe, y se haría del empíreo la más ruin y bellaca caricatura. Es indispensable, pues, que sean guapas las actrices de tercer orden. Y aquí debo advertir que no basta para esto el cuidado de la junta directiva.

Decidamos en virtud de todo lo dicho, que sea el Estado quien le sostenga, esto es, la nación ó el pueblo mismo. La junta directiva y los actores, en vez de ser los asalariados de un particular, recibirán su salario de Estado, ó sea del pueblo, lo cual, á mi ver, es más digno y honroso. No recuerdo bien lo que dice Clarín de que no quiere ó de que no pide lujo. Entendámonos.

La junta directiva era, pues, la clave del arco, el clou del proyecto, y el respetable Butrón terminó su perorata suplicando a los presentes se dignasen estudiarlo maduramente, presentando sus candidaturas con arreglo a este croquis que tenía él apuntado en un papelito: Una presidenta, beata de gran nombre. Una vicepresidenta elegante, de rompe y rasga.

Al fin, quedé solo con la Junta directiva, porque Villa, Olóriz y Eduardito, mis fieles acompañantes, se habían ido también a coger sitio. Cuando usted guste, señor Sanjurjo me dijo, al fin, el presidente, sacando el reloj.

D. José María de Beránger el 21 del mismo mes, una Comisión ejecutiva, encomendándola la realización del proyecto, en unión de un ingeniero naval, con atribuciones bastantes para aclarar y resolver desde luego cuantas dudas ó dificultades ocurrieran, así como también para invertir la cantidad entregada por la Junta directiva del Centenario con la justificación reglamentaria.

En aquel momento sería bien difícil convencerme de que yo no era un personaje importantísimo, y que el acto que allí se iba a ejecutar no tenía una gran significación en el curso de los acontecimientos de este siglo. Rodeáronme unos cuantos socios de la Junta directiva, hablándome con deferencia.

Saltemos, pues, y volvamos á la Junta directiva. Yo aspiro á la perfecta conciliación de nuestra sociedad elegante y de nuestra literatura castiza. Conviene para ello que sea elegante el teatro cuando represente elegancias, y que no se extralimite, ni propagando doctrinas antisociales, ni con sátiras personales y rudas, ni con demasiadas verduras y escabrosidades.