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Actualizado: 19 de junio de 2025
Estaba Pereyra con su mujer, el doctor Gener con la suya, el diputado Targe, el senador Ramírez con la señora y ¡qué linda estaba!... Eguina... las dos muchachas de Gori ¡dos bagres!... y no me acuerdo quiénes más, ¡pues no se habló más que de sombreros y de yeguas! ¿De yeguas?...
De aquí que haya tan pocos diputados en España como el que don Acisclo se proponía vencer. Era, por excelencia, lo que se llama un diputado natural.
Ahí están sus protectores, que le hacen archivero-bibliotecario, o le dan una comisión lucrativa en país extranjero, o le ayudan a salir diputado y a ser director general y ministro.
En seguida clavó su vista en la Crónica parlamentaria; y entonces estuvo a pique de morirse de repente, al leer, entre otros, nada lisonjeros para él, estos renglones: «La proposición del diputado Peñascales, célebre desde ayer en los fastos parlamentarios, es una verdadera monstruosidad en la forma y en el fondo; y bien seguro es que no hubiéramos dicho de ella lo que dijimos al anunciarla, si la hubiéramos conocido entonces como la conocemos ahora.
Tienes todo el aspecto de un personaje y lo serás muy pronto; de seguro que usas faja para disimular el vientre; eres rico, hablas en esa cueva lóbrega y antipática; tus amigos de allá se entusiasmarán leyendo el discurso del señor diputado, y estarán ya preparando los cohetes y la música para recibirte. ¿Qué te falta?
Habíase dado con pasión a la política; y mientras arreglaba ciertos comprobantes, de muy mal arreglo, para que le nombraran senador, perseguía, con escasa fortuna, una credencial de diputado cunero. No salía del salón de Conferencias, ni de la tertulia del ministro de la Gobernación.
Yo no diré que eran mejores que éstos, pero eran otros. No sólo había notabilidades de primera fila, sino hombres modestos que valían mucho. Yo recuerdo, por ejemplo, que don Juan Pedro Muchada era un gran hacendista. Sí dice otro señor , yo lo recuerdo también. Cuando estábamos los dos estudiando en Madrid, fuimos un día a verle con una carta de recomendación. Era entonces diputado por Cádiz.
Entre las sotanas nuevas y los trajes de fiesta oliendo a alcanfor y con los pliegues del arca, destacábanse majestuosos los lentes de oro y el negro chaqué del diputado; pero a pesar de toda su prosopopeya, la Providencia del distrito apenas si llamaba la atención.
Será gracioso oír a los clérigos gritar: «Fuera los filósofos», y a los seglares: «Fuera los curas». Veo con sorpresa que el presidente no tiene látigo. Es que guardarán las formas, amiga mía. ¿En dónde han aprendido ellos a guardar formas? Silencio, que va a hablar un diputado. ¿Qué dirá? Nadie lo entiende. Se vuelve a sentar. En el escenario hay uno que lee.
Pero eres también siervo de tu vanidad y de tu ambición, y por lo tanto, eres siervo de los demás, sobre todo de mi marido y mío. La duquesa esperaba ver inquietarse a fray Facundo; por el contrario, el obispo respondió con calma: Es verdad; siervo, esclavo, en tanto no se me ordene algo contra mi conciencia. Quieres que tu sobrino salga diputado. Eso no va contra tu conciencia. Pues no saldrá.
Palabra del Dia
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