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Actualizado: 22 de junio de 2025
Tratamos todos muy mal al compañero poeta, y yo principalmente, diciéndole que mirase de la que nos habíamos escapado y escarmentase. Díjome que jurado a Dios, que no era suyo nada de la comedia, sino que de un paso tomado de uno y otro de otro, había hecho aquella capa de pobre, de remiendo, y que el daño no había estado sino en lo mal zurcido.
Colgó la penca en un clavo, que estaba con otros de que colgaban cordeles, lazos, cuchillos, escarpias y otras herramientas del oficio. Díjome que por qué no me quitaba el manteo y me sentaba; yo le dije que no lo tenía de costumbre.
Rióse mucho cuando le dije como se llamaba vuestra merced el Caballero de la Triste Figura. Preguntéle si había ido allá el vizcaíno de marras; díjome que sí, y que era un hombre muy de bien. También le pregunté por los galeotes, mas díjome que no había visto hasta entonces alguno.
Después desto, consideraba aquel tener cerrada la puerta con llave ni sentir arriba ni abajo pasos de viva persona por la casa. Todo lo que yo había visto eran paredes, sin ver en ella silleta, ni tajo, ni banco, ni mesa, ni aun tal arcaz como el de marras: finalmente, ella parecía casa encantada. Estando así, díjome: "Tú, mozo, ¿has comido?"
Exactamente: primo en tercer grado. Pues he aquí a su sobrina dijo el cura presentándome. A pesar de mi inexperiencia noté muy bien que la mirada del señor de Couprat expresaba alguna admiración. Me felicito de conocer tan encantadora prima díjome con aplomo y tendiéndome la mano. Esta lisonja provocó en mi un pequeño escalofrío agradable y puse mi mano entre la suya sin la menor turbación.
Despidiólos, y díjome: -Más me han de valer de trescientos reales los ciegos; y así, con licencia de V. Md., me recogeré agora un poco, para hacer algunas de ellas, y en acabando de comer oiremos la premática. ¡Oh vida miserable! Pues ninguna lo es más que la de los locos que ganan de comer con los que lo son.
"¿Y adonde se hallará ése, decía yo entre mí, si Dios agora de nuevo, como crió el mundo, no lo criase?" Andando así discurriendo de puerta en puerta, con harto poco remedio, porque ya la caridad se subió al cielo, topóme Dios con un escudero que iba por la calle, con razonable vestido, bien peinado, su paso y compás en orden. Miróme y yo a él, y díjome: "Mochacho, ¿buscas amo?"
Tratamos mal al compañero poeta; y yo, diciéndole que mirase de la que nos habíamos escapado y escarmentase, díjome que no era suyo nada de la comedia, sino que de un paso de uno, y otro de otro había hecho la capa de pobre, de remiendo, y que el daño no había estado sino en lo mal zurcido.
Trataba en vidas y era tendero de cuchilladas, y no le iba mal. Traía la muestra de ellas en su cara, y por las que le habían dado concertaba tamaño y hondura de las que había de dar. Decía: «No hay tal maestro como el bien acuchillado»; y tenía razón, porque la cara era una cuera y él un cuero. Díjome que me había de ir a cenar con él y otros camaradas, y que ellos me volverían al mesón.
"¡Bien te he entendido!, dije yo entre mí. ¡Maldita tanta medicina y bondad como aquestos mis amos que yo hallo hallan en la hambre!" Páseme a un cabo del portal y saqué unos pedazos de pan del seno, que me habían quedado de los de por Dios. El, que vio esto, díjome: "Ven acá, mozo. ¿Qué comes?" Yo llegúeme a él y mostréle el pan. Tomóme él un pedazo, de tres que eran el mejor y más grande.
Palabra del Dia
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