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Tal vez hinquen el diente en sus carnes... El ermitaño reflexiona y emplea toda su industria para que así no suceda; mas, sólo puede valerse de su pie, útil para todo. De ese pie, con el que intenta cerrar la entrada de su casa, se despliega á lo largo un apéndice resistente que hace las veces de puerta. Colócalo en la abertura y helo ahí encerrado dentro de su morada.

19 Y el que causare lesión en su prójimo, según hizo, así le sea hecho: 20 Rotura por rotura, ojo por ojo, diente por diente; según la lesión que habrá hecho a otro, tal se hará a él. 22 Un mismo derecho tendréis; como el extranjero, así será el natural; porque yo [soy] el SE

Buen apuro». Estaba el Magistral como si don Víctor le hubiera sorprendido allí, en su despacho, robándole los candeleros de plata en que ardían las velas. Quintanar daba diente con diente y preguntaba con los ojos muy abiertos y pasmados. «¿Usted dirádecían aquellas pupilas brillantes y en aquel momento sin más expresión que un tono interrogante. «Había que hablar».

Así lo hizo ya el justo Abel en su tiempo, y hasta el grandísimo pícaro de Caín puso su primer diente, amarillo y apestoso como uno de ajo, escondido entre la piel de perro negro que le servía de cabecera. De Adán y Eva no se sabe nada: lo cual á nadie extraña, porque como nacieron grandecitos, claro está que no mudaron los dientes.

Sobrevino en aquel tiempo un aumento de las dificultades y ahogos de la familia en el orden administrativo: las deudas roían con diente voraz el patrimonio de la casa; se perdían fincas valiosas, pasando sin saber cómo, por artes de usura infame, a las manos de los prestamistas.

Sus palabras le enternecieron, le sonaron a una declaración; además, se acordó de su mujer y del mal trato que le daba; ello fue que dos lágrimas como puños, muy transparentes y tardas en resbalar, le saltaron de los hermosos ojos claros; se quedó muy pálido y daba diente con diente. Oh amico caro! dijo ella con dulcísima voz temblona ; come siete buono...

Creyó, por el pronto, que todo había sido sueño; mas levantó prontamente la almohada, buscando la carta para Ratón Pérez que había puesto allí la noche antes, y la carta había desaparecido. En su lugar había un precioso estuche con la insignia del Toisón de Oro, toda cuajada de brillantes, regalo magnífico que le hacía el generoso Ratón Pérez, en cambio de su primer diente.

Don Pompeyo, que daba diente con diente, de frío con fiebre, se detuvo en lo más alto de la calle de la Rúa para contemplar aquella muchedumbre apiñada a los pies de la torre, en tan estrecho recinto, cuando podía extenderse a sus anchas por toda la plazuela. «Ya sabía lo que era.

Los cómicos temblaban de frío en el escenario, dentro de la cota de malla, y las bailarinas aparecían azules y moradas dando diente con diente debajo de los polvos de arroz. Las decoraciones se habían ido deteriorando, y el Ayuntamiento, donde predominaban los enemigos del arte, no pensaba en reemplazarlas.

Tenía siempre desmesuradas ojeras, que con la edad se iban acentuando, y le faltaba un diente de los más principales, lo que le hacía silbar las palabras de un modo nada grato. Además, estaba bastante ajada, como que ya iba traspasando los límites de la juventud. Pero el amor es ciego, y donde los demás veíamos insignificancia y fealdad, él veía hermosura simpar y perfección.