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Actualizado: 15 de octubre de 2025
Y también lo quedó Filipo, El Grande, pues a su modo recompensó al pintor dictando la siguiente orden: «A Diego Velázquez, mi pintor de Cámara, he hecho merced de que se dé por la despensa de mi casa una ración cada día en especie como la que tienen los barberos de mi Cámara, en consideración de que se ha dado por satisfecho de todo lo que se le debe hasta hoy de las obras de su oficio; y de todas las que adelante mandare haréis que se note así en los libros de la casa.
En efecto: Villanueva, furioso porque <i>El Conciso</i> se reía de sus proyectos de ley, lo denunciaba al Congreso Nacional, y luego nos regalaba la contestación. Era esta una de las anomalías y rarezas de aquella nuestra primera Asamblea, bastante inocente para detenerse en disputar con los periódicos, dictando luego severas penas que contradecían la libertad de la imprenta.
Santiago no dejaba de moverse, dictando las órdenes oportunas, acercándose a cada instante al ciego para preguntarle con ansiedad: ¿Cómo te encuentras ahora, Juan? ¿Estas bien? ¿Quieres otro vino? ¿Necesitas más ropa? Terminada la refacción se quedaron ambos algunos momentos al lado de la chimenea.
Santiago no dejaba de moverse, dictando las órdenes oportunas, acercándose a cada instante al ciego para preguntarle con ansiedad: ¿Cómo te encuentras ahora, Juan? ¿Estás bien? ¿Quieres otro vino? ¿Necesitas más ropa? Terminada la refacción se quedaron ambos algunos momentos al lado de la chimenea.
El recuerdo de la lámpara ocupaba su imaginacion; dentro de dos horas tendría lugar la gran catástrofe y, al pensar en ello, le parecía que los hombres que desfilaban delante de sus ojos pasaban sin cabeza: tuvo un sentimiento de feroz alegría al decirse que, hambriento y todo, aquella noche iba él á ser temible, que de pobre estudiante y criado, acaso el sol le viera terrible y siniestro, de pié sobre pirámide de cadáveres, dictando leyes á todos aquellos que pasaban delante en sus magníficos coches.
La mujer le cuidaba como se cuida a un niño, y se había borrado de su mente la idea de que era un hombre. Vino doña Lupe muy temprano, y enterada que Maxi estaba bien, empezó a dar órdenes y más órdenes, y a incomodarse porque ciertas cosas no se habían hecho como ella mandara. Iba de la sala a la cocina y de la cocina a la sala, dictando reglas y pragmáticas de buen gobierno.
Se cerraron los coliseos y el duelo fué general cuando, corriendo los días sin descubrirse al delincuente, recurrió la autoridad eclesiástica al tremendo resorte de leer censuras y apagar candelas. Por su parte el marqués de Villagarcía, virrey del Perú, había llenado su deber, dictando todas las providencias eme en su arbitrio estaban para capturar al sacrílego.
Desde que murió tu padre en la guerra contra los carlistas, yo no escribo sino las cuentas. Con buena o con mala letra, es menester que tú escribas la carta; yo te la iré dictando. Hoy todavía no. ¿Es acaso puñalada de pícaro? ¿Quién nos corre? Antes de dar un paso tan importante, conviene que lo medites y consultes con la almohada. No es mucho veinticuatro horas de término. Hoy no escribo.
Cuando todavía el pensamiento seguía dictando a borbotones, tuvo la mano que renunciar a seguirle, porque el lápiz ya no podía escribir; los ojos de Ana no veían las letras ni el papel, estaban llenos de lágrimas. Sentía latigazos en las sienes, y en la garganta mano de hierro que apretaba.
Después solía pasar al gabinete con Mendoza, quien le seguía, embargado por el susto y el respeto. Al poco rato se oía la voz cascada del general dictando alguna orden o «echándole una chillería,» como se decía en la redacción. ¡Caramba, Mendoza, no me llamen VV. tantas veces ilustre a Serrano! Ya me tienen VV. de ilustración hasta el cogote.
Palabra del Dia
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