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Actualizado: 25 de junio de 2025
Antoñona tendría cuarenta años, y era dura en el trabajo, briosa y más forzuda que muchos cavadores. Con frecuencia levantaba poco menos que a pulso una corambre con tres arrobas y media de aceite o de vino y la plantaba sobre el lomo de un mulo, o bien cargaba con un costal de trigo y lo subía al alto desván, donde estaba el granero.
A pedir limosna, si es necesario repuso tranquilamente. ¡Pero eso es una locura! No te precipites... Y con palabra fogosa le puso de manifiesto los terribles inconvenientes de tal resolución. Un hombre puede rodar por cualquier lado, dormir en un desván, al sereno si es necesario; ¡pero una señora y en el estado en que ella se encontraba! La separación era de absoluta necesidad por el momento.
Tenía los ojos cerrados y no los abría sino para fijar sus miradas en el cuartito que había ocupado María y que no estaba separado del suyo sino por el estrecho pasadizo que subía al desván.
Los palos que sostenían los sombrajos estaban unidos por cuerdas, y pendientes de ellas se balanceaban uniformes de soldados, viejas levitas, pantalones roídos por el roce, sobrefaldas de gasa que habían sido de moda treinta años antes, sayas que olían a humedad y a polvo, delatando el olvido en los cofres de algún desván.
¡Sí! decía Juana ; como la media libra de tocino que te robó de entre las manos el otro día ese mismo demonio de animal! ¡Como el pollo que me sacó de la tartera antes de ayer el gato del enterrador! ¡Como el grano que se zamparon ayer en el desván las gallinas del vecino! ¡Como tantas otras cosas que se nos van por arte del demonio!
A Gabriel le gustaba, por su silencio y su imponente soledad, aquel mundo extraño aposentado en la cabeza de la catedral. Era una selva de maderos poblada de bestias lúgubres que vivía olvidada en el interior de la bóveda craneal del templo. El buen Dios tenía una casa para los fieles y un inmenso desván para las bestias del espacio.
Sucedióme un día la mejor cosa del mundo, que aunque es en mi afrenta, la he de contar. Yo me recogía en mi posada, el día que escribía comedia, al desván, y allí me estaba y allí comía; subía una moza con la vianda y dejábamela allí. Yo tenía por costumbre escribir representando recio, como si lo hiciera en el tablado.
¡Calla! dijeron al par los dos soldados; y como en aquel momento la gente de la partida pasaba ante la casa, Pateta cruzó de puntillas el desván, yendo a colocarse junto al ventanuco del lado opuesto, que daba frente a la vía férrea, atemorizado con el terror de lo que imaginaba. En el instante de tender Pateta la mirada hacia la valla de la estación, hacía allí alto la partida.
Y escapándose con ligereza subió media docena de escaleras que tenía la buharda y abrió de par en par la ventana. Una ola de luz viva, intensa y consoladora invadió súbitamente todo el desván y deslumbró a nuestro joven. ¡Aquí está, aquí está el Menino! gritó Marta desde arriba con entusiasmo . ¡Está muy cerca!... ¡Menino! ¡Menino!... ¡Ven acá, tonto!... ¡Toma, toma!... ¿No me conoces?...
El molido se recogió en su morada, e la dueña, dando ventanazo, se refugió en su recámara, matando las alimañas e correderas que encontraba al paso en el desván, no cansándose de maldecir por hombre que tan mal defendió el paso, e revolviendo en su mente la traza de vengarse de amante tan amilanado.
Palabra del Dia
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