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Actualizado: 10 de octubre de 2025
El descalabro de su fortuna le ha impedido ir más adelante. Es bien lamentable que después de una revolución, las familias que han corrido los mismos peligros, los parientes, los vecinos, los amigos, heridos por una misma desgracia, no imiten a los náufragos que la tempestad arroja a una isla desierta y no reunan todo lo que poseen. ¡Qué necesidad tenía yo de quedar tan rico!
La iglesia llamada hoy Santa María-la-blanca, abandonada y desierta, fué una elegante sinagoga, construida hácia fines del siglo XI por los judíos de Toledo; corresponde á la época de transicion ó segundo período del estilo árabe; y tiene adornos y formas interiores de un gusto delicioso.
No quise levantar la vista del suelo, porque temía desfallecer; mas el silencio pavoroso y extraordinario que observé en torno mío, incitome a alzar los ojos. ¡Qué sorpresa y qué ventura! La calle estaba desierta. Fuera del cortejo que me rodeaba, ni una sola figura humana veíase cerca ni lejos.
De esta suerte la casa señoril quedaría casi desierta y silenciosa, sin más habitantes que ella y Pepita, y muy a proposito para la solemnidad, transcendencia y no turbado sosiego que eran necesarios en la entrevista que ella tenía preparada, y de la que dependía quizás, o de seguro, el destino de dos personas de tanto valer.
Ambos entonces, imitando a la zorra, y perdóneseme lo ruin de la comparación, dicen no están maduras, y se vuelven a la isla desierta, donde viven en soledad y conversación interior hasta que les llega el día de su glorioso tránsito, o sea de la muerte. Así, y no creo que muy libremente interpretada, es la novela filosófica de Tofail.
Ven ya, ¡oh venturoso mozo, y rey prudente!, y pon en ejecución el gallardo decreto de este destierro, sin que se te oponga el temor que ha de quedar esta tierra desierta y sin gente, y el de que no será bien la que en efeto está en ella bautizada; que, aunque éstos sean temores de consideración, el efeto de tan grande obra los hará vanos, mostrando la experiencia, dentro de poco tiempo, que, con los nuevos cristianos viejos que esta tierra se poblare, se volverá a fertilizar y a poner en mucho mejor punto que agora tiene.
El estado del enfermo no permitía el movimiento y menos un largo viaje... Pero el telegrama decía vivo ó muerto... El P. Florentino dejó de tocar y se acercó á la ventana para contemplar el mar. La desierta superficie, sin un barco, sin una vela, nada le sugería. El islote que se distingue á lo lejos, solitario, solo le hablaba de su soledad y hacía más solitario el espacio.
Marché resueltamente por la calle y pasé por delante de la casa a paso lento, y hasta me parece que me detuve un instante frente a ella. Era verdad; ¡qué verdad tan sublime! Allí no estaba el malagueño. La calle, desierta; las ventanas, herméticamente cerradas. Pero era necesario que me convenciese bien, que gozase plenamente de aquella grande y sabrosa verdad.
No sabía el pueblo despedir a los suyos de otro modo. Luego que el batallón pasó, la calle volvió a quedar casi desierta, huérfana de animación y ruidos: durante unos minutos continuó oyéndose cada instante más débil el sonar de las trompetas, se cerraron los balcones y tornáronse los chicos a sus juegos.
La agitación de estas luchas civiles y el afán de hacer algo por una causa justa, me distraen haciéndome llevadera la vida; pero la soledad del pueblo me abate y entristece de tal modo que si yo pudiera llorar, lloraría sobre los muros de mi casa desierta. Si al menos encontrara allí familia, algún pariente, amigos, antiguos criados... pero no; nadie.
Palabra del Dia
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