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Actualizado: 10 de octubre de 2025
No importaba.... Dio algunos paseos por la plaza, desierta a tales horas.... Nadie; no se asomaba ni un gato. «Una vez allí ¿por qué no continuar el cerco romántico?». Se reía de sí mismo. ¡Cuántos años tenía que remontar en la historia de sus amores para encontrar paseos de aquella índole!
No bien hubo tocado los cristales Cuando el noscivo monstruo á la desierta Campaña dió de púrpura señales, Quedando la traicion mal encubierta, El agua salpicada de corales, El lobo ausente y la cordera muerta.
Entonces preguntó Gabriel , ¿por qué no hay luna siempre, ya que la hicieron para alumbrarnos? Se hizo un largo silencio. Todos reflexionaban sobre la pregunta de Gabriel. El campanero, por tener más confianza con el maestro, osó preguntarle lo que todos ellos pensaban. ¿Qué era el cielo?, ¿qué había más allá de aquel azul...? La plaza había quedado desierta y en la obscuridad.
Sobre el tocador del doctor había encontrado hacía tiempo un frasco de esencia, y había perfumado su pañuelo, que guardaba como si fuese un objeto precioso, y cuyo perfume saboreaba como saborea un borracho el aroma del vino. Además de las tres estancias habitadas, había en el piso superior otra más, completamente desierta y con una ventana italiana que abarcaba casi por completo la pared.
Le habían invitado también a establecerse en Lúzaro, pero no quería: prefería vivir en Izarte. La vida de aquella gente era muy sencilla y muy pobre. Por las mañanas, el capitán y su hija solían recorrer la playa desierta, los dos descalzos. Había una cueva pequeña en las dunas con una puerta; allí, los días buenos, la chica entraba a desnudarse, se ponía un traje de baño y se metía en el mar.
Zelayeta sentía, como yo, el entusiasmo por la isla desierta y por los piratas, y, como tenía talento para ello, dibujaba los planos de los barcos en que íbamos a navegar los dos, y de las islas desconocidas en donde pasaríamos el aprendizaje de Robinsones.
Por fin, cuando ya anochecía el tercero y mientras yo entristecido por su ausencia, pues había salido aquella tarde, contemplaba su habitación desierta, vi desprenderse de sus rosales una hoja que empujada por el viento cayó revoloteando hasta la calle. La manzana que a Newton le cayó en la nariz, fue para el sabio una revelación de la gravitación universal.
Ella, en cambio, hacía mucho honor a su maestro, pues tomando sus lecciones en horas de asueto y cuando la escuela estaba desierta de muchachos, salió discípula tan aventajada, que avergonzaba a casi todos los que a la escuela asistían. Nadie sabía mejor que ella el Catecismo de Ripalda y el Epítome de la gramática. Nadie conocía mejor las cuatro reglas.
Otra vez perdimos de vista la negra silueta de Sevilla y nos hallamos en medio del río, mecidos entre sus riberas sombrías, sobre la faja de plata que extendía la luna en el agua. Esta faja nos servía de camino. Era un sendero soñado, glorioso, que se prolongaba a lo lejos, se perdía entre los negros contornos de las orillas, conduciéndonos, en apoteosis, al través de la noche desierta.
Los compañeros de Hudson le abandonan en medio del mar en un barquichuelo sin víveres ni velamen, y no se sabe lo que fué de el. Behring, al descubrir el estrecho que separa la América del Asia, perece de cansancio, de frío, de miseria, en una isla desierta.
Palabra del Dia
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