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Actualizado: 13 de junio de 2025
Cuba es, además, como la prenda y el testimonio visible y monumental de que este pueblo de la castañeta fué el que descubrió el Nuevo Mundo é implantó en él las artes y la civilización de Europa.
Palidecimos y nos sentíamos inquietos; al fin, el editor rompió el silencio con un chiste que, por pobre que fuera, recibimos con espontánea alegría. Cesó de repente el canto, y De-Hinchú, con un rápido y diestro movimiento, arrebató chal y seda, y descubrió, durmiendo pacíficamente sobre mi pañuelo, un diminuto arrapiezo.
Pues, señor, que se descubrió aquí una mina pocos años hace; que la compró una compañía inglesa, y que vino un ingeniero de allá para explotarla. Este inglés era mozo, algo arlote como todos los ingleses, y muy campechano y muy resuelto para todo; que Leto y él se conocieron en el Casino; que resultó que tenían unas mismas aficiones, y cata que llegan a hacerse muy amigos.
Quilito se descubrió la cabeza; tenía fiebre. La marea le mojaba ya los pies, y se retiró al otro extremo del tronco: miraba el agua avanzar y decía: Cuando llegue hasta aquí y los faroles del muelle se enciendan, entonces, entonces... Es inútil, será cierto y muy razonable todo eso, pero yo no quiero la vida, lo repetiré cien veces; ni ante mi padre, ni ante Susana me atrevería a presentarme ahora, aunque estuviera seguro del perdón del uno y del amor de la otra.
Al verlo me sentí de nuevo avergonzado y culpable. ¡Hola! Dije, procurando demostrar completa tranquilidad. ¡Cuánto gusto de verte! ¿Quieres que demos un paseo por las márgenes del río, antes de que llegue la noche? Rafael, exclamó, sin hacer caso de mi pregunta. ¿Te acuerdas del papagayo de Huichilobos que viste ayer? Sí, dije casi como un reto. ¿Se descubrió ya el autor del atentado?
Un día descubrió que el gallego se había puesto sus botas para ir a paseo; no quiso mejor ocasión, y ardiendo en cólera, le dijo a Miguel: «¿Sabes que el bribón de Manuel se puso ayer mis botas para irse a tunantear por las tabernas?... ¡Pero no se ha de reír de mí ese jayanote indecente!... Ahora vas a ver, barájoles.» Y le llamó desde su cuarto.
Tengo el deber de informarles de una circunstancia que seguramente me justificaría, como albacea del finado Galba para rechazar sus pretensiones. Unos meses después de la muerte del señor Galba, un chino que éste había tenido a su servicio, descubrió que tenía hecho un testamento, que se descubrió más tarde entre su documentación.
De este modo desperté su ambición, y para inflamarla más empecé a hacerle preguntas referentes a su persona y posición. ¿Hacía muchos años que era capellán del colegio? ¿Cuándo había venido a Sevilla? ¿En qué se empleaba antes? ¿Estaba contento con su cargo? En seguida descubrió la oreja.
Vio después Morsamor que el féretro donde le habían encerrado se hallaba en el mismo lugar; que el Padre Ambrosio levantó la tapa, y que dentro había un cuerpo humano tendido e inmóvil. No descubrió quién era. Un lienzo velaba su cara.
Todo lo encontró mal; revolvió expedientes, descubrió abusos, sacudió polvo, amenazó con suspender sueldos, negó todo lo que pudo, preparó dos o tres castigos, para varios párrocos de aldea y por fin dijo, ya en la puerta, que «no daba un cuarto» para una suscripción de los marineros náufragos de Palomares.
Palabra del Dia
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