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Sol quiso retirar la mano con que tenía asida la de Ana; pero Ana la retuvo. ¿Qué ha sido, eh, qué ha sido? Sentí como si todo un edificio se hubiese derrumbado dentro de . Ya, ya pasó. Ya estoy bien. Y se le cayó la cabeza al otro lado de las almohadas.

A un extremo de la gigantesca excavación la montaña se había venido abajo, formando una cascada inmóvil de ondas de tierra y enormes pedruscos. El médico recordaba la catástrofe ocurrida cuatro años antes. La cantera se había derrumbado, cogiendo en su caída á una cuadrilla de obreros que trabajaba en su base.

Las otras torres se han derrumbado; únicamente queda ésta en pie, y hasta conserva algunas almenas de su corona. Los muros, dorados por el sol, están tan lisos como al día siguiente del primer banquete celebrado por el señor en el salón. No hay en ella rendija ni rozadura apenas: únicamente el maderamen y los herrajes de las estrechas ventanas semejantes á aspilleras han desaparecido.

En otras ocasiones lucía los ricos despojos tal como se los habían dado, y las gentes señalaban sus brillantes, sus esmeraldas y sus perlas, nombrando á las verdaderas dueñas de estas alhajas. Eran señoras del régimen anterior derrumbado por la revolución, que andaban ahora fugitivas por el extranjero.

Este puente acueducto se había roto y derrumbado por su clave, ya por la injuria del tiempo, o ya por consecuencia de las revueltas pasadas; mas los aleros del arco, no estando sino separados por vara y media o dos varas, muchas personas de agilidad y soltura, por librarse del cansancio y fatiga de bajar un gran recuesto, y volver a subir la rambla empinada que conducía a la aldea, de un salto ligero, salvando así el tajo, se miraban casi casi tocando a las primeras casas.

De las oficinas y almacenes no se conservaban en pie sino un piso casi derrumbado y algunas paredes ennegrecidas, en una de las cuales habían quedado intactos dos o tres cuadritos, con fotografías malas, y un impreso en papel amarillo, con las horas de entrada y salida de los trenes.

Pero volvamos a nuestro asunto. La torre del fuerte de San Cristóbal se había derrumbado, y con ella las últimas esperanzas que abrigaba don Modesto de ver figurar su fuerte en la misma línea que Gibraltar, Brest, Cádiz, Dunquerque, Malta y Sebastopol.

Te casas... te casas con... una chueta. Le costó un esfuerzo soltar la palabra, se estremeció al decirla. Luego de esto reinó en el salón un largo silencio, uno de esos silencios trágicos y absolutos que siguen a las grandes catástrofes, lo mismo que si la casa acabara de venirse abajo, extinguiéndose el eco del último muro derrumbado.

Planteó el problema de lo que haría cuando ella estuviera casada y se llevara lejos todos los sueños de amor fundados sobre ella. Le pareció que le sería imposible vivir sin aquella presencia, cuyo encanto lo tenía embelesado desde hacía tanto tiempo. Entonces, en un acceso de rabia interior, sintió haberse sacrificado. ¿No debía más bien haber dejado cumplirse los acontecimientos y que la casa se hubiera derrumbado? María Teresa sin dote ¡quién sabe lo que habría sucedido! Por lo menos, ella hubiera visto lo que era capaz de hacer por ella aquel Juan que desdeñaba.