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Actualizado: 15 de septiembre de 2025


Así pudo Roger oir lo que se decía en otro grupo compuesto, según le había dicho al oído la agradecida ventera, de un sangrador, un dentista ambulante y el músico de la encendida nariz. Una rata cruda es mi receta invariable contra la peste, decía gravemente el medicastro; una rata cruda abierta en canal. ¿No sería mejor asarla un poco, señor físico? preguntó el sacamuelas.

Los santos respondió el Aligator , oralmente y en acción, hablan un idioma distinto, que no entienden los que no son santos. Cada hombre que es una cosa de veras, habla un idioma distinto, que no entiende el que no es esa cosa, porque tienen alma distinta. El chalán habla su idioma, el contrabandista el suyo, el suyo también el político, y el artista, y el ferretero, y el soldado y el dentista.

El padre Laguardia le ayuda en esta tarea, haciendo lo posible por sujetar al presbítero gordo, el más sanguinario de todos. ¡Dejadme, dejadme! gritaba con voz estentórea. Quiero arrancar todas las muelas a ese esprit fort. Y este deseo extravagante, más propio de un dentista que de un licenciado en sagrada teología, llenaba de terror el alma de Moreno.

El jefe de la familia, don Rosendo, es un caballero alto, enjuto, doblado por el espinazo, calvo por la coronilla, de ojos pequeños y hundidos, boca grande, que se contraía con sonrisa mefistofélica, dejando ver dos filas de dientes largos e iguales, la obra más acabada de cierto dentista establecido hacía pocos meses en Sarrió.

Su tuviese unas esmeraldas tan hermosas como Clementina, dejaría las perlas en sus estuches respondió la dama, mostrando al sonreír unos dientes bastante desvencijados donde brillaba en algunos puntos el oro del dentista. Haría usted mal. Las mujeres hermosas están en la obligación de ponerse lo que les va mejor. Dios quiere que sus obras maestras se manifiesten en todo su esplendor.

La frase de Obdulia le hizo un efecto terrible, porque imaginaba que lo de la dentadura postiza nadie lo sabía más que Dios y el dentista de Lancia que se la había puesto.

Siendo juez en Allariz, tuve un fuerte dolor, y como no había dentista, el promotor me sacó tres con unas tenacillas de rizar el pelo su señora. De resultas de eso me atacó una inflamación terrible en la boca, ¿sabe usted? Fui a Madrid, y Ludovisi, el dentista de la reina, me quemó las encías con un hierro candente y me sacó siete buenas... Van quince murmuró Valero.

Palabra del Dia

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