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Actualizado: 9 de noviembre de 2025
Una noche, tuvo el capricho de visitar Pompeya a la luz de la luna. Es una ciudad por mi estilo dijo con una sonrisa amarga ; es justo que los muertos se consuelen entre sí. Fue preciso arrastrarla por espacio de dos horas sobre el empedrado desigual de la ciudad muerta. Hubiera sido un paseo delicioso para un corazón alegre. El día había sido hermoso; la noche era casi tibia.
Nadie la veía ni en visitas, ni en paseos, ni en teatros. Este eclipse, aunque largo, terminó al fin, cuando pasaron otros cuatro o cinco meses. Rafaela reapareció entonces, lozana, bella y refulgente como un astro, y volvió a ser, durante más de un año, el delicioso centro de las elegancias de Río. Quien enfermó después fue el pobre D. Joaquín.
Un cielo nuevo, diferentes praderas y torrentes, aire mas dilatado, otros espacios, un mas allá distinto del que siempre me encerraba en su estrecho ámbito; hé aquí mis deseos eternos. Estas eran mis frases; esta mi necesaria conclusion cada vez que regresaba del campo. La idea de visitar nuevos paises, se presentaba constantemente á mi imaginacion con un delicioso misterio que me fascinaba.
Pues bien, ahora lo estoy mucho más, cien veces más. ¡Qué mujer tan simpática! ¡Qué tranquilidad, qué dulzura respiran todas sus palabras y movimientos! ¡Qué timbre de voz tan delicioso! Parece que viene impregnado de la claridad y armonía que reinan en su alma.
A esta penosa agitación de Juanita se contraponía en su alma otra agitación dulcísima, otro sentir, en vez de aflictivo, delicioso y beatificante, que aumentaba y enardecía su amor al saberlo tan bien pagado, y que lisonjeaba su orgullo. A pesar del dolor y del sobresalto que la conducta criminal de Antoñuelo y sus consecuencias le causaban, Juanita se juzgó venturosa, y sin duda lo era.
Subiendo por él algun trecho se aparece como jardin de amor en un campo de esmeralda la senda del rosal, llamada así por la estraordinaria abundancia de rosas con que allí plugo á la madre naturaleza engalanarse el seno y embalsamarse el aliento: delicioso lecho de flores para la enamorada Diana, que solo los vergeles de la Ruzafa impregnados de azahar hubieran podido con igual derecho disputar al Monte Latmos. ¿Pues qué diremos del pago de Miraflores, y qué de otros muchos cuyos nombres no conforman menos con sus lindezas?
Yo conozco ya a la tal Antoñona, pues va y viene a casa con recados, y en efecto es muy lista: tan parlanchina como la tía Casilda, pero cien mil veces más discreta. El camino hasta el Pozo de la Solana es delicioso; pero yo iba tan contrariado, que no acerté a gozar de él.
Después de la primera visita D. Benigno bajó cojeando la escalera; y ciñendo estrechamente al cuello el embozo para abrigarse bien, dijo dentro de su capa: «No sirve, no sirve para el caso». Partió, pues, a los Cigarrales en compañía de Alelí, que ya casi no se podía tener derecho, y allí, en aquel delicioso edén de almendros, aconteció lo que pronto, muy pronto verá el juicioso lector.
Yo pensaba que á los maridos se les tenía siempre lástima; pero no es así. Ese hombre me causa pavor. Su mirada me hace temblar. Hemos merendado en el campo, que estaba delicioso. He gozado pocas veces tanto en mi vida. El humor de ella excelente, aunque á veces decaía repentinamente y sin motivo.
Había olvidado absolutamente todo cuidado por su dignidad, y como una ninfa ebria, llenaba el soto con los estallidos de su alegría casi convulsiva. Golpeaba sus manos, y á través de sus carcajadas, gritaba con voz entrecortada: ¡Bravo, bravo, señor de Bevallan! ¡Lindísimo, delicioso, pintoresco! ¡Oh, Salvator Rosa!
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