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Recuerdo que un dia cierto baron ó conde muy estimable, me invitaba á dejarme presentar en Palacio para conocer la Corte de cerca y besar la mano á la reina. Le contesté riendo: «Señor mio, no tengo inconveniente en besarle la mano á una dama; por galantería; pero cuando la dama fuese reina, me sentiría humillado en mi altivez de republicano.

El entierro de mi padre fue muy modesto por cierto; murió por la madrugada, y durante todo el día me tuvieron encerrado en el cuarto en que me habían puesto, sin dejarme salir de él.

Pero no quiero excitarme con mis palabras y dejarme arrastrar por el furor; una cólera vana como ésta es más despreciable que una hipócrita sumisión.

Toda la última parte de su diario está llena de la idea de la muerte. ¿Se asombra usted de que, viéndose en un camino sin salida, pusiera esa idea en práctica? Lo dijo, lo escribió; pero, en el momento de ejecutar el acto, la idea de Dios debió detener su mano. ¡La idea de Dios le detuvo muchas veces la mano; pero llegó un momento de dolor intolerable, y se mató! ¿Sin dejarme una palabra?

Pensé que sería, sin duda, el disgusto de abandonarme; pero Gerardo era demasiado franco para dejarme en un error. Tenía un hijo que constituía su única pasión... después de la música... Un joven encantador que, luego de haber oído la relación de Gerardo, creí que sería el hijo de alguna gran señora o alguna princesa a quien él había dado sus lecciones de música.

El único defecto que hallan en es el de que estoy muy delgadito, a fuerza de estudiar. Para que engorde se proponen no dejarme estudiar ni leer un papel mientras aquí permanezca, y además hacerme comer cuantos primores de cocina y de repostería se confeccionan en el lugar. Está visto: quieren cebarme. No hay familia conocida que no me haya enviado algún obsequio.

, con tal que no vuelvas a las andadas respondió con sencillez y firmeza Nucha. ¿Qué me harás si vuelvo? interrogó risueño el hidalgo campesino . Capaz eres de dejarme en el sitio de una manotada, chica. No por cierto.... No tengo yo fuerzas para tanto. Haré otra cosa. ¿Cuál?

No crea usted eso, D. Andrés... Las muchachas están rabiando porque alguno les diga algo, y si es un señorito, mejor que mejor... Mire usted, yo tengo dos hijas; pues no cuál de ellas tiene más ganas de salir de casa... Yo les digo: ¿cuándo diablos me atrapáis un señorón rico que os mantenga para que me dejéis en paz?... Pero nada... se pasa el tiempo... van al mercado los jueves, van a las romerías, y nada... no acaban de dejarme solo a mis anchas.

Y como aquellas gentes que, medio dormidas aún, creen salir de un sueño penoso haciendo algún movimiento violento, exclamó: ¡Que el infierno se lleve a Melia, a sus estúpidos consejos y a mismo por haber sido tan tonto en seguirlos! ¿He de dejarme intimidar por esas mojigangas, buenas para asustar a las mujeres y a los niños? ¡No, voto a tal! no se dirá que Kernok... ¡Ea! prometida del demonio, habla pronto; tengo que marcharme. ¿Me oyes?

Yo soy como ellos. No necesito crear belleza, pues, según dicen, la llevo en misma; mi obra soy yo; pero amo la gloria, necesito la admiración, y por eso me doy generosamente, satisfecha de la felicidad que proporciono, pero sin dejarme dominar por aquellos que busco, conservando mi público á mis pies. Miguel pensó que por la vida de esta mujer debían haber pasado varios artistas.