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Actualizado: 5 de mayo de 2025
¿De donde vendrá ese chubasco? dijo para sí, palpando en torno suyo ; no lo sé... no adivino; una silla... pues señor, estoy en mi casa... una cama mullida... afírmome en lo dicho... y á obscuras... me afirmo más; calabozo tenemos, guardados estamos, y... sueño tengo; dejémonos de suposiciones inútiles, y acostémonos, y continuemos el sueño interrumpido.
¿A que sé en qué estás pensando, Rosa? ¡Jesús, qué diablo de hombre, me ha asustado! exclamó la chica volviendo la cabeza. Dejémonos de sustos... ¿A que sé en qué estabas pensando? ¿En qué? Pensabas en Jacinto, el de la tía Colasa. Lo mismo que en usted. ¡Eso quisiera yo!... Pues mira, me lo he encontrado ayer y le he sacado del cuerpo que te quería.
Pero dejémonos de poesías; la inspiración poética es un estado insano. Lógica, lógica, y nada más que lógica. ¿Cómo es que lo averiguado hoy por procedimientos lógicos, fundados en datos e indicios reales, existió antes en mi mente como los rastros que deja el sueño o como las ideas extravagantes de un delirio alcohólico? Porque esto no es nuevo para mí.
Esas chicas acabarán por arañarse. No, porque la Dorotea es magnánima; ¡como siempre vence! Dejémonos de mujeres, señores, y vamos á lo que importa dijo el alférez, que reventaba por soltar sus noticias. Sí, sí; seguid. Decíamos que las tales estocadas habían venido de lo alto, según todos los indicios. Pues bien, hay más. Ha entrado el rasero, señores. ¡El rasero!...
Vámonos derechos allá, y dejémonos de montes y valles, que son lugares impropios para este genio mío... Ya, ya se ve de cerca la ciudad. En aquel magnífico palacio que vimos primero nos hemos de meter. Corre, corre más, que me parece que no llegamos nunca. NOTA: Perdón ¡oh lector! iba á cometer la irreverencia de llamar á esto poema.
Confesaré con V. que en estos inconvenientes hay mucho de irremediable, pero reconozcamos estas tristes necesidades, y dejémonos de ponderar una igualdad imposible.
Dejémonos de guasa, Gabino... ¿Te importa algo? Sí que me importa, porque soy su novio. Pues hazte cuenta que para mí no eres na dijo Velázquez con acento agresivo. No basta que usted lo diga; á todo el mundo le consta y á usted también. Por consiguiente, no es portarse como hombre regular ni decente rondar á las mocitas que están comprometidas. ¡Ea, basta ya de rodeos! exclamó el guapo.
Ahora, chiquillo, estáte tranquilo continuó D.ª Gregoria, sentándose a mi lado . ¡Cuánto se va a alegrar el Sr. Juan de Dios cuando te vea! ¡Cómo! exclamé con la mayor sorpresa . ¿Juan de Dios vive aquí? ¿Pues en dónde estoy? ¿Y ustedes quiénes son? ¿Qué ha sido de Inés? ¡Otra vez Inés! Este joven no está todavía bueno. Dejémonos de Ineses, y a descansar.
Pero Ballester tomó una vara; se fue derecho a él, y arrebatándole el libro, le amenazó con castigarle. «Ea, dejémonos de sabidurías, que eso es lo que nos trastorna. ¿A ver qué es esto?... ¡Hombre, qué bonito!
Dejémonos de cuentos: ¿te gusta el viaje que te propongo, sí o no? Ya te he dicho que sí. Pero, hija, ¿qué tienes? En toda la noche no he podido hacerte sonreír una vez siquiera, ni pronunciar más que las palabras estrictamente necesarias. ¿A qué viene esa gravedad? ¿Estás enfadada conmigo? ¿Por qué había de estarlo? Eso pregunto yo, ¿por qué?
Palabra del Dia
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