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Actualizado: 4 de junio de 2025
Había traído un pintor de la ciudad, manteniéndolo allí más de una semana, y este capricho de magnate protector de las artes le había costado, según declaraba él, unos cinco duros, peseta más que menos. Bien era verdad que no podía volverse la vista á ningún lado sin tropezar con alguna obra maestra, cuyos rabiosos colores parecían alegrar á los parroquianos, animándoles á beber.
Como hacía siempre que declaraba algún testigo, el acusado contemplaba ahora al P. Narciso de hito en hito, con mirada firme y tranquila. El coadjutor habló con los ojos puestos en el suelo, y todo el mundo aplaudió su modestia y la moderación de sus palabras. Salió luego por la puerta de los testigos don Martín de las Casas.
En cambio, le declaraba de continuo que le amaba más de amistad que á ningún otro ser humano; y cuando le declaraba esto, se le veía al chico hasta la última muela, sentía una beatitud soberana, y daba por bien empleados sus, para otras cosas, inútiles y perennes suspiros. Y no se crea que Tomasuelo era canijo, ruín y tonto.
Pero á continuación la declaraba igualmente la mujer más distinguida de á bordo; distinguida para el Océano, elegante á estilo de Munich, con vestidos de colores indefinibles que hacían recordar el arte persa y las viñetas de los manuscritos medioevales. El marido admiraba la elegancia de Berta, lamentando en secreto su esterilidad casi como un delito de alta traición.
Pero a continuación figuraba una extensa lista de mandas, todas para hijos suyos que declaraba habidos con esclavas musulmanas o amigas judías, armenias y griegas que debían vegetar a aquellas horas, decrépitas y arrugadas, en algún puerto de Levante.
A los diez minutos de escuchar supo cuanto saber no quisiera: que Artegui estaba en París, que vivía en la casa de al lado, que se podía pasar a su domicilio por el jardín, puesto que uno de los vascongados declaraba haber lo hecho aquella mañana con objeto de visitarle.... El camarero que cruzaba a la sazón con una bandeja llena de platos de humeante sopa, indicó a Miranda que podía sentarse, y él en vez de oírle, tomó escalera arriba como un frenético, y entró sin respeto alguno en la cámara mortuoria.
Lo declaraba con orgullo: pocos días llevaba allí, y los empleados le elogiaban, porque «hacía un buen preso», siendo el primero en la formación y ayudándoles con su influencia para que todos obedeciesen. Los compañeros y consortes le respetaban. Sabían que no era un ladronzuelo cobarde, de los que meten los dedos en los bolsillos y huyen muertos de miedo a la menor alarma.
El Magistral comenzó a impacientarse; la Regenta no subía la cuesta, persistía en sus peligrosos anhelos panteísticos, que así los calificaba él, se empeñaba en que era piedad aquella ternura que sentía con motivo de espectáculos profanos, y declaraba francamente que las lecturas devotas le sugerían reflexiones probablemente heréticas, o por lo menos, poco a propósito para llegar a la profunda fe que el Magistral exigía como preparación absolutamente indispensable para dar un paso en firme.
Los balcones se abrían y cerraban, cuajados de cabezas de curiosos. Se miraba el espectáculo generalmente con curiosidad burlona, con algo de desprecio. «Pero por lo mismo se declaraba mayor el delito del Magistral.
32 mas después de sembrado, sube, y se hace la mayor de todas las legumbres, y echa grandes ramas, de tal manera que las aves del cielo puedan morar bajo su sombra. 33 Y con muchas parábolas como éstas les hablaba la Palabra, conforme a lo que podían oír. 34 Sin parábola no les hablaba; pero a sus discípulos en particular declaraba todo.
Palabra del Dia
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