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Actualizado: 14 de julio de 2025
Permanecieron los tres silenciosos, y el leñador añadió luego: Dile a mi mujer que detrás del armario, en una media, hay cinco escudos de seis libras; los había reservado... por si caíamos enfermos uno u otro... Pero yo no necesito nada ya. ¡Ya veremos, ya veremos!... No hay que perder la esperanza de salvarse, amigo mío. Ahora vamos a trasladarte.
Formulado que fué el anterior juicio, me asaltó el deseo de saber si habría sido ó no exacto en dicha apreciación. ¿Conoces á ese indio que va en la balsa? dije al timonel. No conoce, señor. Pregunta si vive cerca, y de vivir próximo al río, díle si podríamos pasar la noche en su casa.
En mano propia recomendó otra vez el joven, tú vas a verla, Agapo, ¡feliz, cien veces feliz! dile de mi parte... no, no le digas nada; entregas la carta, y te marchas, para evitar preguntas: ahí dentro está todo. La emoción le dominaba, y sus ojos azules se empañaron. Registró en sus bolsillos y sacó un reloj de níquel, que ofreció al atorrante.
Prométela plata y oro, Joyas y cuanto quisieres; Di que la daré un tesoro; Que a dádivas las mujeres Suelen guardar más decoro; Di que la regalaré, Y dile que la daré Un vestido tan galán, Que gaste el oro a Milán Desde su cabello al pie; Que si remedia mi mal La daré hacienda y ganado, Y que si fuera mi igual Que ya me hubiera casado. FELIC. ¿Posible es que diga tal?
¿Pero eres tú, Isidro? preguntó con su voz infantil . ¡Pues pocas ganas que tenía de verte!... La abuela no piensa en otra cosa; siempre me hace el mismo encargo: «Si ves al chico, dile que venga. Casi no le he visto desde que nos casamos.» Sí, yo soy, amigo Zaratustra. ¿Cómo le va a la abuela contigo? ¿Aún estáis en la luna de miel? El viejo hizo un gesto de protesta, sin dejar de sonreír.
Romualda se comía un pedazo de pan, engañado con los restos del almuerzo de Nazaria. Rumalda dijo esta después de medio día , sube y dile a Petrilla que no ponga las perdices. Y media hora después Romualda subió a preguntar si estaba la comida.
Ambos se alejaban a buen paso, cuando Hullin llamó a su compañero: ¡Eh! ¡Marcos! Dile, al pasar, a Catalina Lefèvre que todo marcha bien y que yo voy a la sierra. El otro respondió, con un movimiento de cabeza, que había comprendido y ambos siguieron su camino.
Dile también que de la amenaza que me hace, que me ha de quitar la ganancia con su libro, no se me da un ardite, que, acomodándome al entremés famoso de La Perendenga, le respondo que me viva el Veinte y cuatro, mi señor, y Cristo con todos.
Un hombre estaba a pocos pasos, contemplándolos con expresión confusa, como atraído allí por un impulso superior a la voluntad que le avergonzaba. El marido de Enriqueta conocía, como media nación, la austera cara de aquel señor ya entrado en años, hombre de sanos principios, gran defensor de la moral pública. ¡Dile que se vaya, Luis! gritó la enferma . ¿Qué hace ahí ese hombre?
Palabra del Dia
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