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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Los trabajadores de las viñas cobraban de treinta a cuarenta reales de jornal, y se permitían la fantasía de ir al tajo en calesín y con zapatos de charol. Nada de periódicos, ni de soflamas, ni de mítines.
Este clérigo, de edad de treinta y cinco a cuarenta años, alto, de facciones regulares, ojos grandes y negros sin expresión, y figura triste y descuadernada, presumía, según pública voz, de guapo, lo mismo que de inteligente, maligno, ilustrado, etc., etc.
Salgo á la calle un poco disgustado, como cualquier otro orador en el mismo caso, y sigo mi camino, no sin volver repetidas veces la cabeza hacia el balcón. Á los treinta ó cuarenta pasos observo que está la niña asomada, y me paro y le envío una sonrisa y un saludo ceremonioso. Esta vez contesta, aunque ligeramente, pero se apresura á retirarse. ¡Cuidado que era linda aquella niña!
Pues, hijo, si en las nueve cartas que usted me ha escrito lo ha repetido cuarenta y una veces... Lo llevo por cuenta. Entonces será para decírselo la cuarenta y dos. Lo que nos está pasando, Gloria, parece una novela. No hace siquiera tres meses que la he conocido, y creo que he vivido tres años desde entonces. ¡Cuánto cambio! ¡cuánta peripecia!
Cuando al final se convencía de que el oro no era abundante y costaba mucho de acopiar, proponía, para la obra santa de la conquista de Jerusalén, establecer un comercio de esclavos indios en la Península, tráfico que podía dar una ganancia anual de cuarenta millones de maravedíes. Y a continuación enviaba las primeras muestras de indígenas al mercado de Sevilla.
Tendríamos, pues, de esta manera, aprovechando las indicaciones del mismo Lope, y distribuyendo el número de comedias entre los años transcurridos desde 1603, que corresponden más de cuarenta á cada uno. En el prefacio al tomo XI del Teatro de Lope se habla de ochocientas comedias, que compondrían trescientas diez y siete en nueve años, ó treinta y cinco en cada uno.
La señá Benina, queriendo sin duda librarse de un fastidioso hurgoneo, se despidió afectuosamente, como siempre lo hacía, y se fue. Siguiola, con minutos de diferencia, el ciego Almudena. Entre los restantes empezaron a saltar, como chispas, las frasecillas primeras de su sorpresa y confusión: «Ya lo sabremos mañana... Será por desempeñarla... Tiene más de cuarenta papeletas.
Si tuvieras cuarenta años, como cuando fuiste a la tierra del Fuego y me trajiste aquellos collares verdes de los indios... Pero ahora... Ya sé yo que ese calzonazos de Marcial te ha calentado los cascos anoche y esta mañana, hablándote de batallas. Me parece que el Sr.
Había acabado por sentarse á otra mesa, con la vaga esperanza de que se acordase también de ella la suerte; pero los murmullos que venían del «treinta y cuarenta» anunciando nuevas victorias la ponían nerviosa, atribuyendo á esto la pérdida de varias piezas de veinte francos. Cuando vió perdidos doscientos, su irritación necesitó desahogarse en alguien.
Dicha Urna, que hemos examinado detenidamente, es un templete de orden corintio, sostenido por ocho columnas, que se le puede dar vuelta al rededor y ser vistos los Amantes con toda claridad: la figura es octógona y tiene un metro y noventa centímetros de ancho, y cuatro metros, cuarenta y cinco centímetros de alto: se compone de seiscientas quince piezas de pino para la armazón interior, de ochocientas noventa y seis de nogal y de cuatro mil nuevecientas veinticinco de doradillo, que al todo hacen 6436 piezas.
Palabra del Dia
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