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Actualizado: 1 de junio de 2025
Dijo con tal soltura y con tal aplomo estas palabras Cristóbal Cuero, que Montiño se desconcertó, dudó, vaciló y empezó á ver las cosas de distinto color. ¿Pero para qué se daban esos hechizos á su majestad? Oíd, señor Francisco: la mujer que tales hechizos toma, se vuelve lo más obediente del mundo para su marido.
Yo creo que está usted muy exagerado, don Cristóbal. ¿Qué tiene usted que decir del capitán Núñez, que acaba de pasar ahora? ¿No es todo un buen mozo y una persona atenta y fina? Con un azadón en la mano estaría mucho mejor y sería más útil a su país murmuró sordamente el Jubilado.
Su hijo, de obscuro origen e incierta sangre, lo había casado el rey Fernando con una sobrina suya. Gozaba, además, Colón, por capitulaciones públicas, la décima parte de todo lo que se ganase en la India. Pero como de allá no venía nada, según confesión del mismo don Cristóbal, de aquí que no poseyese riquezas.
En el coro había, junto al facistol grande, otro pequeño, pero suficientemente pesado para que no lo levantase con facilidad un solo hombre. Gracián lo cogió con formidable y rápido movimiento. Parecía que arrancaba un árbol del suelo, y al levantarlo asemejose a San Cristóbal apoyado en su palma. Estrépito de carcajadas acogió este movimiento.
De las dimensiones que tenía la de la nao capitana de Colón puede juzgarse por el relato escrito en su Diario el 18 de Diciembre de 1492, de la visita que le hizo el cacique de Santo Domingo: éste sólo se sentó á la mesa con D. Cristóbal; otros dos indios lo hicieron en el suelo y los demás tuvieron que quedarse fuera.
Para satisfacer los deseos de las compañías de comediantes, cuyo número iba siempre en aumento, alquilaron las cofradías de la Pasión y de la Soledad otros dos corrales, uno de los cuales pertenecía á la viuda de Valdivieso, y el otro, sito en la calle del Lobo, á Cristóbal de la Puente.
En la estancia modesta, al lado del presbiterio, y desde donde pueden verse el altar mayor y el magnífico templo del Escorial, su austero fundador, atendido y cuidado por D. Cristóbal, pasó los referidos cincuenta y tres días en martirio tan cruel, que apenas parecía posible que pudieran resistirle fuerzas humanas.
Y cuenta que las trovas de que os hablo, que ella escondió bajo la almohada al verme entrar, se las había prestado, según confesión suya, el mismísimo padre Cristóbal, del Priorato. Es verdad que siempre me dice lo mismo.
El que haya corrido las alturas y hondonadas con que encadenan el Malinao, el Dalitiuan y el Balete, á las provincias de la Laguna y Tayabas; el que haya contemplado desde la descarnada atalaya del San Cristóbal, los risueños panoramas de Paquil y Paete; el que haya palpitado de emoción ante la grandiosidad del Botocan; el que la curiosidad, el estudio, la necesidad, ó la caza le hayan obligado á pasar el camino de Majayjay, necesariamente le habrá llamado la atención un puente abandonado, semi-derruído y de lúgubre aspecto que se eleva á un lado del camino.
Empezaba el verano; y la fresca brisa, puro soplo del inmenso elemento, les proporcionó un goce suave en su romería. El fuerte de San Cristóbal parecía recién adornado con su verde corona, en honra del alto personaje, a cuyos ojos se ofrecía por primera vez.
Palabra del Dia
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