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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Durante un momento permaneció indeciso en la puerta, buscando con la vista á María, y no vió más que á la señora de Freneuse enlutada y con el cabello blanco. Sus labios se conmovieron, sus ojos se pusieron húmedos y sin poder articular palabra, Cristián fué á arrodillarse con respeto filial ante aquella mártir. La anciana abrió los brazos y ambos confundieron por un instante sus lágrimas.
En seguida respondió: No, la conocí antes. Su padre fué quien me llevó á América. Tragomer se quedó desilusionado. Esperaba que Sorege, bruscamente atacado, tendría miedo, perdería la cabeza y negaría el viaje, ó aparecería, al menos, turbado por aquella pregunta inesperada. Pero su adversario no perdía la cabeza tan fácilmente y jamás se asustaba. Cristián tuvo muy pronto la prueba.
Todo lo que no participaba de su fe en tu inocencia y de su desolación por tu martirio, fué separado sistemáticamente. Yo mismo... ¿Tú, Cristián? exclamó Jacobo con sorpresa.
María levantó los ojos hacia Cristián, como para asegurarse de que esas palabras no significaban más de lo que decían, y vió la hermosa cara del joven ennegrecida por el viento del mar y por el sol de los trópicos y con una expresión radiante de triunfo. ¿Está ahí? preguntó la joven. En el salón.
Este Tragomer... Ahora comprendo por qué ha hecho marcharse á los demás... ¡Vaya un escándalo que hubieran armado! ¡Este sí que es asunto! Cristián, con mucha calma, le dejaba agitarse y hacer exclamaciones de asombro y esperaba que su interlocutor volviese á él, atraído por su violenta curiosidad.
Pero, continuó Cristián, es necesario, por mucho que lo deplore, hacerte saber qué ha sido de Juana Baud. La pobre muchacha no ha tenido el destino dichoso que tú le deseas, porque en el momento en que te prendían, estaba muerta. ¡Muerta! exclamó Jacobo. ¿Cómo? Mi querido amigo, es la evidencia.
Sí, pero usted le defendió, usted no teme hablar de él, ni se pone violento cuando se pronuncia su nombre... Tengo la costumbre de pensar muy claramente y de hablar con mucha franqueza. En este asunto de Freneuse hay algo que me choca en lo que se refiere al señor de Sorege. ¿Qué es? Usted debe saberlo; dígamelo. Cristián permaneció impasible.
Estas son las palabras que yo esperaba, que yo preveía, exclamo con fuego Cristián. ¿No lo has dicho todo ante los jueces? ¿Has temido comprometer á quién? ¡Acaso á los mismos que te perdían! Pero vamos al fin á comprenderlo todo y á descifrar este enigma... Esperemos á Marenval, que tiene derecho á saber lo mismo que nosotros.
Este hombre es terrible y no retrocederá por nada. Habla de ir á la Numea como de tomar el tren para Marsella. Se planta en los antípodas con una facilidad increíble... Pero ¿y yo, Marenval, retirado de los negocios para gozar de la vida? ¿Estoy loco?" Cristián no le dejó tiempo de concluir.
Una sombra de espanto pasó por la mente de Jacobo: el infeliz creyó que la locura venía de nuevo á asaltar su mente. Bajó la voz y dijo con terror: ¡Cristián! ¿Estás seguro de no delirar? Tengo miedo por mi razón en algunos momentos. Los testigos, los jueces, todo el mundo ha estado de acuerdo.
Palabra del Dia
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