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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Paseemos juntos. Con mucho gusto. Se colocaron á uno y otro lado de la joven y tomaron su paso. Después de un momento de silencio, Cristián dijo con voz discreta: ¿Se acuerda usted, miss Maud, de una conversación que tuvimos hace seis meses, el día en que tuve el honor de ser presentado? Sí, perfectamente, y he pensado después en ella con un particular interés.
Esa pobre mujer confiesa, ella misma, que aun estando convencida de la inocencia de su hijo, se ve en la imposibilidad de probarla. ¿Cómo, entonces, no perdonar á los extraños un poco de vacilación, sobre todo cuando se ofrecen á reparar su falta? Cristián movió dolorosamente la cabeza y cambió de conversación. ¿De modo que en la casa nadie ha cambiado de convicción? Están más firmes que nunca.
Solamente al oirle dirigirle la palabra en inglés, hizo un movimiento de sorpresa tan perfectamente ejecutado, que Cristián se quedó lleno de admiración. ¡Ah! ¿El señor de Tragomer, creo? dijo. Le ofreció la mano, que él estrechó, y con una soberbia tranquilidad y voz tranquila y pura, prosiguió: Hemos corrido bien los dos desde la noche en que nos conocimos...
Me arrepiento de mi conducta y quiero repararla... ¡Por vida de!... y lo lograré, gracias al concurso de usted. Después veremos si alguien se atreve á vituperarme. Cristián escuchaba á Marenval con visible impaciencia deseando hacerle una pregunta. ¿Ha hablado de mí la señorita de Freneuse? Sí. ¿En qué términos? Escuche usted, Tragomer; no estamos aquí para decirnos cumplimientos, ¿verdad?
Su sonrisa amistosa no se borró y escuchó con tranquilidad á su suegro cuando éste le explicó las antiguas relaciones comerciales dé Harvey and Cª y Marenval y compañía. Pero cuando Tragomer fué presentado á miss Maud por Sam Weller y se habló del viaje al rededor del mundo realizado por el joven, Sorege observó contrariado que el ganadero manifestaba por Cristián una repentina simpatía.
Y se arrojó sobre los penados, sobre el sargento y sobro la brea, Tragomer y Jacobo estaban fuera. ¡Apuntémonos dos bazas! dijo Cristián en un acceso de alegría. Ahora no tenemos tantas probabilidades en contra nuestra. Es preciso llegar á la playa para escondernos y esperar la chalupa para llegar á bordo. Volvieron la espalda al muelle y á la población y se dirigieron hacia el mar.
Acababa de sonar un cañonazo, luego otro y luego un tercero á intervalos iguales. Al mismo tiempo el viento de tierra les trajo un redoble de tambores que tocaban generala y un rumor confuso de voces. Ambos se miraron palideciendo. ¡Todo está descubierto! dijo Jacobo. ¡Nos persiguen! añadió Tragomer. Cristián lanzó una mirada en derredor.
Se había visto pasar á Tragomer y en este momento se daban indicios ciertos sobre la dirección que había tomado á aquellos ojeadores de caza humana. Ganemos la punta del promontorio y ocultémonos en las rocas, dijo Cristián. Avanzaron rápidamente y se metieron en una pequeña gruta, donde pudieran respirar, ver y escuchar por unos instantes.
Figúrate otro yo; imagina que has sido vendido por otro Cristián, y si buscas tan cerca de tu corazón, encontrarás al hombre que buscas. La fisonomía del desgraciado tomó una expresión terrible; sus ojos se agrandaron como si vieran un espectáculo aterrador, sus manos temblaron al levantarse hacia el cielo y en un grito inconsciente lanzó este nombre: ¡Sorege! Tragomer sonrió con amargura. ¡Ah!
Señaló á Cristián una silla al lado de su sillón y dijo en tono un poco autoritario: Siéntese usted. Celebro mucho hablarle; deseaba conocerle hace mucho tiempo. Algunos amigos míos me han hablado de usted con frecuencia. Su prometido... ¡No! El señor de Sorege no ha pronunciado jamás su nombre de usted. Y, sin embargo, sé que ha sido su amigo durante muchos años.
Palabra del Dia
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