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Ella lo ama, como ya se lo he dicho, y, por lo tanto, estoy convencida de que con poca persuasión usted podría conseguir que nos dijese la verdad respecto a Dawson. Ella ha huido, es cierto, pero más por temor de lo que pueda usted pensar de ella cuando su secreto se divulgue, que por horror a este hombre.

Finalmente, la resuelta chula, no pudiendo sufrir más aquella situación y convencida de que su padre iría donde le llevasen si se le sujetaba fuertemente por el cuello, aceptó la proposición que tiempo hacía le había hecho D. Laureano: irse a vivir a un cuartito independiente que él le alquilaría. Pero no había necesidad de escaparse.

Así, pues, estoy convencida de hablar de mi corazón con más acierto que sobre el corazón de los demás, y tengo también la evidencia de que comprendo y expongo mejor lo que pasa en mi recogido hogar que aquello que está sucediendo en los dilatados ámbitos del universo.

Estaba convencida de que la cortejaba, pero con tal comedimiento, que no le era fácil decidir la disposición de ánimo que debía adoptar respecto de él: el mucho agrado pudiera parecer liviandad, la esquivez fuera grosería, y despedirle con cajas destempladas era exponerse a que él la pusiese en ridículo encogiéndose de hombros, o acaso diciéndole claramente que se había hecho ilusiones.

Y convencida de que la fortuna que favoreció á los primeros Torrebianca acabaría por acordarse de su hijo, se alimentaba parcamente, comiendo en una mesita de pino blanco, sobre el pavimento de mármol de aquellos salones donde nada quedaba que arrebatar. Conmovido por la lectura de la carta, el marqués murmuró varias veces la misma palabra: «Mamá... mamá

Eso , ya estaba convencida, don Álvaro no quería vencerla por capricho, ni por vanidad, sino por verdadero amor; de fijo aquel hombre hubiera preferido encontrarla soltera. En rigor, don Víctor era un respetable estorbo.

Susana, por demasiado convencida de su hermosura, era de condición tan altiva, que se había hecho antipática a todas sus compañeras: Valeria, amargada del abandono y olvido en que vivía, y sin que aquel amargor se convirtiera en envidia, consideraba como un peligro su belleza, no alardeaba de bonita, sentía la incertidumbre de lo por venir, y privada de esperanzas, era humilde.

El P. Gil insistía en su idea de entrar primero en la casa y explorar el ánimo de D. Álvaro: tenía miedo a un escándalo. La dama se oponía con calor, convencida hasta la evidencia de que su marido se negaría en absoluto a recibirla, y tomaría precauciones para que no pisase el suelo de su casa.

Lo único que podemos decir es que no la requebraba por burlarse, ni aun por pasar el rato: es posible que a fuerza de serle simpática, la fuese encontrando hermosa. Pero Maximina estaba tan convencida de lo contrario, que rechazaba las lisonjas del joven con tanto más empeño cuanto más grata le iba siendo su compañía. Una noche le dijo con acento suplicante: Por Dios, no me diga V. que soy bonita.

, lo concedo respondió Francisca en tono de condescendencia. Pero ese señor, en vez de volver la espalda en seguida, pudo decir claramente lo que pensaba a la madre de la joven. Pudieron entenderse, economizar, borrar uno de los gastos... ¿Cuál hubiera usted borrado, Francisca? preguntó la de Ribert con una sonrisa ligeramente burlona. ¿Yo?... Ni uno, señora, respondió Francisca muy convencida.