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Actualizado: 15 de junio de 2025
Nosotros sabíamos cómo marchaba la maquinación, y dejábamos hacer a los conspiradores, convencidos de su impotencia. Un día, al anochecer, en que los conjurados comenzaron a gritar, los prendimos y se les cogió el escrito de asociación y un trozo cuadrado de tela negra. Todos fueron arrestados, menos los convalecientes; unos firmaron, otros pusieron una cruz en el papel, por no saber firmar.
En las aceras fué tropezando con militares de diversas naciones: oficiales franceses, ingleses, servios y algunos rusos convalecientes, que recordaban con su presencia la desvanecida cooperación de su país.
Aquel adversario mediocre no podía ejercitarse á estas horas; le faltaban los medios en Monte-Carlo, donde no tenía otras amistades que las de los compañeros convalecientes y algunas damas. ¡El, en cambio!... Extendió su brazo musculoso, teniéndolo rígido unos segundos con la vista fija en el puño. Ni el más ligero temblor: colocaría su bala donde quisiera.
La música se amplificaba voluptuosamente al resbalar sobre la epidermis violeta del Mediterráneo y el cristal opalino de la tarde. Nadie pensaba en la guerra; era una calamidad de otras tierras y otros cielos. Hasta los convalecientes con uniforme, que vivían esta hora dulce, respirando la brisa salada, escuchando los quejidos de los violines y rodeados de mujeres vistosas, parecían no acordarse.
Ya que le era imposible ocupar la «villa» con una tropa de convalecientes, llevó al oficial español paro que conociese sus jardines, sin solicitar antes el permiso de Lubimoff. Este pudo contemplar de cerca al héroe de que tanto le había hablado don Marcos en los últimos días. Nada vió en él que revelase sus hechos extraordinarios.
Eran oficiales convalecientes, franceses, canadienses, australianos, ingleses, y revueltas con ellos, enfermeras de varios tipos; unas con velos monacales y aspecto frágil; otras varoniles, con corbata y levita de botones dorados, sin otra prenda femenil que la falda... Algunas más viejas, de pelo corto, cara roja y grandes anteojos de concha, exigían un detenido examen para que de su aspecto híbrido pudiera surgir la convicción de que eran mujeres.
¿Te refieres á Martínez?... ¡Pobre muchacho! Abandonaba la alegre sociedad de sus camaradas, sus paseos en grupo, hasta las fiestas á que eran invitados los oficiales convalecientes, para aburrirse en Villa-Rosa al lado de una mujer que sólo podía llorar.
Palabra del Dia
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