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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Al día siguiente, la casa de las tres ruinas contenía en su estrecha capacidad seis personas: las tres Porreñas, Clara y dos visitas. Clara y la devota estaban encerradas en la habitación interior, destinada á las prácticas ascéticas.
A la mañana siguiente, el periódico contenía íntegro el discurso del coronel Armando, en el que se leía que el sublime Webster, en cierta ocasión, había expresado sus pensamientos en un chino excelente pero del todo incomprensible. La rabia del coronel Armando no tuvo límites.
El capitán Virués, insigne ingenio, Puso en tres actos la comedia, que antes Andaba en cuatro, como pies de niño, Que eran entonces niñas las comedias; Y yo las escribí de once y doce años, De á cuatro actos y de á cuatro pliegos, Porque cada acto un pliego contenía.
Su carta, escrita un mes antes, sólo contenía fúnebres noticias y palabras de desesperación. El capitán Otto había muerto. Muerto también uno de sus hermanos menores. Este, al menos, ofrecía á la madre el consuelo de haber caído en un territorio dominado por los suyos. Podía llorar junto á su tumba. El otro estaba enterrado en suelo francés; nadie sabía dónde.
El parisién casi rió al contemplar cómo manejaba Toledo la diminuta cuchara de marfil que contenía la carga de pólvora, examinándola escrupulosamente antes de verterla en el cañón del arma, con cierto miedo de haber echado un grano más en uno que en otro.
Yo, sin decir nada, procuraba al mismo tiempo que contenía la risa, corroborar con mis actitudes y miradas lo que la condesa decía. Doña Flora, confundida entre la turbación y la ira, miraba a Amaranta y al esperpento, y como viera a este con el color mudado y los ojos chispeantes de enojo, turbose más y dijo: Qué bromas tiene la condesa, Sr. D. Pedro ¿quiere usted tomar un dulcecito?
Después que hubo anudado las cuatro puntas del pañuelo que contenía el equipaje, se incorporó el hombre, volvió la cara..., y conocí en ella á la del Tuerto: pero más obscura, más triste, más ceñuda que nunca. El pintoresco traje del pobre pescador me explicó en un instante la causa del cambio operado en aquella vecindad.
Don Simón no había perdido aún la fe en el, para entonces, desacreditado aforismo: «de la discusión nace la luz». No contenía el acta una mala protesta, ni él creía lo que se contaba de su elección sobre atropellos cometidos por sus auxiliares; pero tales cosas podrían decirse en el Congreso; de tal modo podrían presentarse los hechos, que al fin vacilaran los ánimos y se pusiera todo el mundo de parte del vencido, lo cual equivalía a echarle a él de allí y obligarle a volverse a su cosa, como un Juan particular, sin haber llegado a ser inviolable.
Dos espadas tan diestra y poderosamente manejadas pronto ladearon la victoria a la banda cristiana. Muley, a despecho de todos, contenía a los suyos, reparándose y mejorándose como más a cuento podía; pero un enemigo, con quien no contaba, le puso a la merced de sus contrarios.
¡Estar a su lado y no poder tomarle la mano! ¡Recordar lo pasado y desesperar de vivir otra vez una sola de sus horas!... ¡Tanto como pasaba por mí, y nada podía decir! La soberbia me contenía aún y también otro motivo menos mezquino. Yo me encontraba ya en la pobreza, ella era rica: ¿hablarle de mi amor, no podía ser una mentira sugerida por el cálculo?... Un día hablé.
Palabra del Dia
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