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Mauricio no volvió al colegio. Fortunato había llegado á la edad en que el hombre siente placer en vivir dentro de su casa á condición de no estar en ella enteramente solo, y gracias á su hijo adoptivo, encontró el atractivo que podía conducirle al hogar y retenerle en él. Al niño debió, pues, la rectitud de su vida, la seriedad de sus pensamientos, la dignidad sonriente de su madurez.

Amalia no le soltaba hasta que le veía ebrio, intoxicado por la violencia de sus caricias. Jacoba le esperaba en el corredor. Después de conducirle por éste y otros varios hasta la estancia donde se hallaba la escalerita excusada que iba a la biblioteca, le hizo seña de que aguardase y bajó sola para cerciorarse de que no había nadie en los pasillos.

Y yo he leído, no recuerdo bien en qué libro tan docto como ameno, que el joven Anacarsis, el cual era escita, o como si dijéramos un paraguayo de las edades clásicas, cuando quiso iniciarse en los misterios de Ceres eleusina, acudió a una sacerdotisa tan avisada como discreta, de las que dependían del hierofante principal, y esta sacerdotisa se guardó muy bien de perder su tiempo tratando de comunicarle punto por punto las ocultas doctrinas de los iniciados, sino sencillamente le abrió de par en par la puerta del camino que iba al santuario y le dio la antorcha luminosa y ardiente que hasta él había de conducirle.

Al salir de la iglesia le dijo resueltamente: Hoy, quieras que no, tienes que dejarte guiar por una ciega. Hazme el favor de buscar un coche. Se fueron al primer puesto y en el trayecto Cirilo no dejó de preguntarle adónde pensaba conducirle. Ya lo sabrás. Hasta que subieron al vehículo y Visita dijo triunfalmente «a la Bombilla» no logró averiguarlo. Ya están en la Bombilla.

Este al día siguiente vino a enterarse de cómo había pasado la noche, y tuvo la amabilidad de conducirle hasta el colegio; al dejarlo a la puerta, le prometió venir a buscarle y llevarle a almorzar consigo. Y así fue; pero en vez de llevarle a la fonda donde alojaba, prefirió irse a almorzar al restaurant del Iris.

En la última visita, como nadie se presentase a conducirle, abrió él mismo equivocadamente la puerta de un camarín y hallose con una preciosa mujer, acostada a lo largo de un diván moruno de terciopelo. La falda, levantada hasta más allá de las ligas, destapaba sus piernas macizas y cortas, que las medias de nácar ceñían tentadoramente.

A pesar de las advertencias de sus amigos y compañeros, no podía vencer aquella pasión del juego, que tarde o temprano había de conducirle a la ruina. Pepa le observaba disimuladamente, y con la penetración maravillosa de las mujeres adivinaba debajo de su exterior frío, tranquilo, mucha mar de fondo.

Viéndole tan conmovido, D. Benito, el Mayor, no quiso hablar una palabra más sobre el asunto misterioso; sin tirarle de las orejas ni andarse con cuchufletas, le despidió muy serio, con rostro compungido como acompañándole en una desgracia tan respetable cuanto desconocida para él; y después de conducirle hasta el primer tramo de la escalera, se volvió a su despacho.

El excelentísimo Martínez, el colosal buey Apis, vino al punto a destacarse entre ellos, presentándole con una mano su imprudente carta, echándole la otra al pescuezo para conducirle sin piedad al Saladero... Villamelón pensó morir del susto, porque a su carta, y sólo a su carta, como muy bien le había profetizado el día antes Currita, podía atribuir la repentina llegada de la policía.

Siguió bajando, y al fin encontró el camino que se remonta á Bolivia y que en dirección opuesta iba á conducirle á la costa del Pacífico. Pasó cerca de un año trabajando en las explotaciones salitreras establecidas por los chilenos en la costa del Pacífico. Vivió unas veces cerca de Antofagasta, otras en Iquique y hasta en Arica, junto á la frontera del Perú.