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Actualizado: 1 de mayo de 2025


Casi creí juiciosa la idea extravagante del sansimoniano Padre Enfantín de no conceder sino madres a los seres humanos y de suponerles un padre ideal para que imitasen mejor a Cristo. No era Lucía de este parecer. No poco traslució de los pasos que había yo dado y del mal éxito que habían tenido. Su amargura hubo de ser grande. La opinión que de tenía hubo también de malearse mucho.

Algo le contuvo también cierta ligera sonrisa burlona, que imaginó dos o tres veces ver pasar como un relámpago sobre el rostro de Rafaela, la cual harto bien sabía él que nunca había gustado de disimulos y rodeos, sino de prometer, conceder o negar, por estilo franco, sin el menor rebozo en la promesa. El Vizconde, además, no osaba pedir nada y nada pedía. ¿Con qué título, con qué motivo, había de pedir algo? ¿Era afecto renaciente, era liviano capricho, qué era lo que en aquel momento agitaba su corazón?

Quiero conceder que cuando hayamos leído la carta dirigida a sor Ana Brighton, en esa hoja escrita por la Condesa dos horas antes de su muerte, encontraremos que no solamente no hablaba de morir, sino que, por el contrario, expresaba su certidumbre de una felicidad inmediata. Pero hoy por hoy, si la lógica ha de valer algo, tenemos que creer en el suicidio.

Núñez no quiso conceder la exactitud del símil y se desbordó inmediatamente en un torrente de paradojas e ingeniosidades, todas bien amargas y resquemantes. Don Germán le respondió con su habitual sencillez y se entabló una discusión prolongada. Tristán se puso en seguida de la parte del pintor y le superó si no en gracia en amargura y exaltación.

No anduvieron desacertados en elegir tal oportunidad: ciertamente nunca el ánimo del hombre se halla tan propicio á conceder cualquiera favor, como después de haber comido bien y paseado por un campo delicioso, gozando y admirando á la puesta del sol las hermosas y melancólicas perspectivas de la naturaleza. Aquel día, como los demás, salió el P. Prior á dar su vespertino paseo.

Era el coronel, que escuchaba con cierta autoridad, balanceando el cráneo para conceder su aprobación al célebre tenor. Pero no estaba solo: le vió ladear el rostro hacia una cabellera rizada y una sarta de gruesas cuentas de ámbar. ¡Ah, traidor!... Indudablemente, la hija del jardinero.

La primera es, que se acuerda Dios de nosotros, poniéndonos en libertad, como los de Egypto. La segunda, que se deben acordar, que ahí están expuestos á la muerte, como inocentes, en Lisboa. La tercera, de la buena voluntad que el Rey y los Embajadores tienen puesta para les conceder Inquisicion rigurosa, como la de Castilla.

Por este tiempo una singular cuestión vino a complicar los negocios. En Buenos Aires, puerto de mar, residencia de 16.000 extranjeros, el Gobierno propuso conceder a estos extranjeros la libertad de cultos, y la parte más ilustrada del clero sostuvo y sancionó la ley; los conventos fueron secularizados y rentados los sacerdotes.

De la misma manera que la naturaleza, tan pródiga en conceder sus dones, ostenta sin trabajo su fuerza inagotable, así también derrama Lope, á manos llenas, por todas partes, las creaciones de su exuberante inventiva, como si fuese tan inagotable como aquélla. Parece un soberano omnipotente en el maravilloso país de la imaginación, que apura los ocultos tesoros de este mundo encantado.

No se crea por esto que censuramos á esos escritores al hacer esas apropiaciones. Es preciso conceder al poeta el derecho de utilizar las invenciones y pensamientos ajenos.

Palabra del Dia

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