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Actualizado: 1 de mayo de 2025
Pero enhorabuena, he de conceder la igualdad, que no tienen: en este caso, ¿no debiamos haber ocurrido á Valdivia á examinar y comprobar aquellas citas que eran un verdadero testimonio de la verdad? Pero ¿qué se hizo? Diferir en un todo á la autoridad del autor, como si las inaccesibles montañas, que formaba su imaginacion y discurso, fuesen verdaderas.
Esta soberbia mía y el benigno afán de conceder yo venturas, sin pena para mí, sino tal vez con deleite, han sido la causa de no pocos extravíos y ligerezas que deploro. La gente me calificará de mujer galante y enamorada.
Según oí decir aquel día, cuando regresamos a Bailén, ya estaba acordado que se concediese a los franceses el paso de la sierra para regresar a Madrid, cuando se interceptó un oficio en que el Lugarteniente general del reino mandaba a Dupont replegarse a la Mancha. Comprendieron entonces los españoles que conceder a los franceses lo mismo que querían, era muy desairado para nuestras armas.
Tenía cierta vaga idea de que á los frailes no se les podía conceder la cosa más inocente sin que de ella sacasen todas las concecuencias y provechos imaginables, díganlo si no sus haciendas y sus curatos.
Lo que eran los hombres, y especialmente los indianos, lo que no les gustaba, la manera de marearlos, lo que había que conceder antes, lo que no se había de tolerar después, todo esto se discutió por largo, siempre concluyendo con la protesta de que era hija tanta sabiduría de la observación en cabeza ajena. Por lo demás, ni tu tía Águeda ni yo manifestamos nunca afición al matrimonio.
Prescindamos de la mayor o menor antigüedad de la especie humana. Dejemos a la prehistoria, ya fundada en la geología, ya valiéndose del estudio comparativo de los idiomas y de otros primitivos documentos, conceder muchos miles o pocos miles de años a la existencia del hombre en nuestro planeta.
En los primeros tiempos del cristianismo, una barca, guiada por la voluntad de Dios, que se dignaba conceder una protectora á los habitantes de Puerto Hércules, había venido á encallar en esta ribera. La barca contenía el milagroso cadáver de cierta cristiana de Córcega martirizada por los romanos. Nadie sabía su nombre, y la devoción popular la llamó Santa Devota.
Llegó a conceder excepciones: la posibilidad de algo bueno entre tantísimo malo; pero ¡fuera usted a sacar la anguila del saco de culebras! Y escondía la mano por horror instintivo; quiero decir que, sin una indispensable necesidad, no ponía los pies en la calle. En tal estado de experiencia se casó. Y comenzó a tener hijos.
Ya hemos dicho que había entrado con buen pie en la sociedad, que se le tenía por hombre ameno y divertido, y gozaba de todos los privilegios que la fortuna y el ingenio suelen conceder en la capital.
Ofreciósele el gallardo pastor, pidióle que se viniese con él a sus tiendas; húbolo de conceder don Quijote, y así lo hizo. Llegó, en esto, el ojeo, llenáronse las redes de pajarillos diferentes que, engañados de la color de las redes, caían en el peligro de que iban huyendo.
Palabra del Dia
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