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Hizo lo posible por reprimir los ímpetus de su naturaleza expansiva y afectuosa: adoptó un continente grave, impasible, ligeramente desdeñoso: procuró burlarse de cuanto se decía en su presencia, como no tocase a los usos y fueros de la salvajería: adquirió un cierto tonillo irónico, semejante al de sus compañeros de club.

Se despedían los compañeros de viaje con generosos ofrecimientos, a pesar de que unos y otros tenían la certeza de no verse más. Cambiábanse tarjetas con profusión. Los caballeros brasileños besaban las manos de las damas, inclinándose por última vez con solemne cortesía.

Desde Sevilla su padre le escribía muy a menudo, y cada cinco o seis meses venía a hacerle una visita; pero jamás intentó llevarle a pasar las vacaciones en su casa. El pobre colegial, al llegar el mes de junio, veía partirse a todos sus compañeros alegres como las golondrinas, y durante algunos días lloraba a solas en su cuarto.

Cada cual se alejaba, después de desahogar su cólera, con la precipitación loca de la fuga, sin preocuparse de los compañeros, sin acordarse de invitar al doctor, con el egoísmo de la derrota que borra toda amistad. El infeliz barrenador, al verse solo con Aresti rompió á llorar. ¡Don Luis! ¡Don Luis!...

Maltrana no atendía a la caza de sus compañeros; deseaba que acabase la expedición cuanto antes. Causábanle lástima y repugnancia aquellos cuerpecillos de pelo suave que el señor Manolo iba reuniendo al par que hacía grandes elogios del peso de su carne palpitante.

Lo declaraba con orgullo: pocos días llevaba allí, y los empleados le elogiaban, porque «hacía un buen preso», siendo el primero en la formación y ayudándoles con su influencia para que todos obedeciesen. Los compañeros y consortes le respetaban. Sabían que no era un ladronzuelo cobarde, de los que meten los dedos en los bolsillos y huyen muertos de miedo a la menor alarma.

La señá Eufrasia, cuarentona de incansable verbosidad, hablaba con aire protector de sus compañeros de viaje. Los compatriotas, «los de la tierra», le inspiraban lástima. ¡Probes! Tenemos aquí gentes de mucha necesiá, don Isidro. Hay que ver cómo van esas mujeres y cómo llevan a sus críos... Nosotros, aunque me esté mal el decirlo, no vamos a las Américas por hambre.

Campo era, de todos sus compañeros, el que ménos versos hacía y el más poeta sin duda alguna.

Mi general, que tenía un alma puerilmente romántica, se mostraba orgulloso de haber vencido á varios compañeros de profesión.

Debió asustarle aquella cara angulosa y pálida, con una blancura de papel mascado; le causó miedo la extraña vestidura de pielroja y huyó, sacudiendo sus plumas como para librarse del vaho de sepultura y lana podrida que exhalaba la reja. El único rumor de vida era el de los compañeros de cárcel que paseaban por el patio.