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Tres o cuatro días después de haber regresado a Peñascosa la vio una mañana en la iglesia. Le mandó recado por un monaguillo que deseaba hablar con ella y la esperaba en la sacristía. Fue allá la joven, aunque de malísima gana. El coadjutor se hizo de miel; la trató con extremado cariño; manejó con brío el incensario, sabiendo hasta qué punto era vivo y delicado su amor propio.

Pero explíqueme usted... le dijo el coadjutor juntándose a él y haciendo esfuerzos por seguirle el paso. Ya te lo explicaré... Ahí más abajo. Cuando hubieron salido de la Gusanera, salvado la plaza y entrado en la calle del Cuadrante, D. Norberto acortó un poco el paso. El excusador aprovechó la ocasión para insistir en sus preguntas. Vamos a ver, ¿qué le ha pasado a usted?

Lo que quiero decirle, señor profirió la hija de Osuna con audacia, serenándose de pronto bajo el impulso de la exaltación, es que teníamos en esta villa un coadjutor celoso, modelo de abnegación, de mansedumbre, de actividad, que había logrado a fuerza de inmensos sacrificios inspirar devoción y piedad a muchos que jamás las habían sentido, que sin violencia ninguna había puesto en orden la parroquia y devuelto a Dios lo que le pertenecía... Pues bien, he sabido... hemos sabido con dolor los feligreses todos, que en vez de dejarle en el cargo que desempeñaba interinamente, Su Ilustrísima se lo ha dado a otra persona...

Pero al año de estos tratos, yo no lo que pasó... ello fué cosa de algún atrevimiento apostólico de Bailón con las neófitas: lo cierto es que Doña Malvina, que era persona muy mirada, le dijo en mal español cuatro frescas; intervino D. Horacio, denostando también á su coadjutor, y entonces Bailón, que era hombre de muchísima sal para tales casos, sacó una navaja tamaña como hoy y mañana, y se dejó decir que si no se quitaban de delante les echaba fuera el mondongo.

Echose a reír D. Romualdo, y explicando el cuándo y cómo de conocer a Benina, dijo que por un amigo suyo, coadjutor en San Andrés, clérigo de mucha ilustración y humanista muy aprovechado, que picaba en las lenguas orientales, había conocido al árabe Almudena.

Aturdido por la sorpresa, con los ojos desmesuradamente abiertos, vio a Obdulia que penetraba como un huracán y se dirigía a él con la fisonomía alterada, mostrando en ella agitación y cólera. ¿Sabe usted lo que pasa, padre? le preguntó sin saludarle. El coadjutor no respondió, interrogando sólo con la vista.

Cuanto más alto, más duro y espinoso es para el que quiere servir a Dios. Usted, al hablar de injusticia, los ha considerado por lo visto como una granjería, y ha pecado gravemente. Si no he dado el cargo de coadjutor a la persona por quien usted se interesa, esa persona debe agradecérmelo, pues la he librado de muchas terribles responsabilidades que dificultarían su salvación eterna.

Y cuando se le ocurría al coadjutor, predicando a los feligreses en el ofertorio de la misa, decir: «Nosotros los párrocos tenemos el deber, etc.,» D. Miguel, desde su rincón donde oía la misa, profería en voz bastante alta para que le oyeran los que estaban a su alrededor: «¡Párroco yo! ¡párroco yo

Pero dentro de aquel sepulcro el espíritu idealista del sacerdote se revolvía incesantemente, luchaba con ansia por salir al aire libre y respirar una atmósfera más pura. El afán de sacudir la lepra que le iba royendo poco a poco le impulsó a estudiar los sistemas de metafísica dogmática antiguos y modernos. Fue una felicidad para él que el obispo hubiese nombrado coadjutor al P. Narciso.

El obispo la contempló en silencio un buen espacio. La joven, bajo aquella mirada, que pasaba por los cristales de las gafas penetrante, indagadora, volvió a perder la serenidad. ¿Es el coadjutor interino quien la envía a usted para dirigirme una representación? preguntó con extremado sosiego, recalcando cada sílaba de un modo que resultaba epigramático.